La consejera de Educación ha logrado convertirse en la caricatura del esperpento. Cada día se supera, por muy difícil que parezca. Los espectáculos bochornosos en los que ha convertido cada una de sus intervenciones entierran cada vez más hondo la credibilidad del Gobierno de esta Región, si es que se puede cavar más abajo.

Somos el laboratorio de los disparates más aberrantes que hemos conocido en la vida política de los últimos cuarenta años. Lo último es su manifiesta intención de acabar con el lenguaje inclusivo en las aulas, censurando aquellos libros de texto que abogan por acabar con el sexismo lingüístico que, en la sociedad del siglo XXI, por suerte, son la enorme mayoría.

Esta barrabasada, nacida de su más más profundo odio al feminismo y a la modernización de la enseñanza en la que este país lleva trabajando décadas, forma parte de la batalla cultural de la extrema derecha que, en esta Región, el Partido Popular no ha dudado en hacer suya. Bendecida por López Miras, esta peligrosa estrategia de romper con todos los avances sociales que hemos construido juntos supone una terrible amenza para el progreso de nuestra Región.

Mientras en España avanzamos en derechos y libertades, aquí retrocedemos a pasos agigantados. Y las mujeres, los inmigrantes y las personas LGTBI estamos en el centro de su diana.

Primero fue el intento de implantar un ilegal veto parental en las aulas, que suponía una clara censura a los contenidos de diversidad afectivo-sexual. Después su criminalización a los menores inmigrantes sin familia, contra los que generan odio constante. Ahora pretenden borrar a las mujeres de los libros de texto en las escuelas, obligando a utilizar el masculino genérico por imperativo, pese a la discriminación que supone y contra la que llevamos luchando décadas.

Es llamativo, por no decir despreciable, que la consejera de Mujer e Igualdad se preste a estas tropelías, cuando en el propio Portal de Igualdad de la CARM reconocen que el lenguaje, cuando no es inclusivo, invisibiliza a las mujeres y distorsiona la imagen de la realidad. También lo es, porque la Ley de Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Región de Murcia mandata al Gobierno regional a erradicar el uso sexista del lenguaje en las administraciones y en los centros educativos. Y porque el propio Plan de Igualdad regional les mandata a elaborar una guía de lenguaje inclusivo para toda la Administración regional, que deben utilizar en todos los documentos de carácter divulgativo.

Pero que esta idea es un disparate es algo obvio. Lo que no debería serlo es el supino desconocimiento del sistema educativo de la consejera de Educación. Alguien debería explicarle que quienes eligen los libros de texto son los maestros y profesores, no ella. Y que esta función se constituye como parte esencial de la autonomía pedagógica de los centros, avalada por la Ley Orgánica de Educación. Pretender condicionarlos ideológicamente, con amenazas de sanción o amonestación, constituye una irregularidad inadmisible que, de llevarse a cabo, denunciaremos con toda la contundencia.

Pero que no se nos pase por alto lo más importante. Con estas falacias, López Miras y su Gobierno no solo pretenden ideologizar la escuela, sino principalmente tapar su desastre de gestión, que ha llevado a la Educación murciana a abanderar todos los rankings negativos. Su falta de inversión y la sangría que llevan haciendo a la Educación pública desde hace 26 años, ha provocado que seamos de las comunidades con mayores tasas de fracaso y abandono escolar temprano, donde más repite curso el alumnado, la que tiene más colegios e institutos gueto, la que menos invierte por estudiante y la única que no ha contratado refuerzos docentes este curso, pese a haber recibido para ello más de 422 millones de euros del Gobierno de España en los últimos dos meses.

Avalada por el tiempo la perversidad de López Miras en esto sigo teniendo una duda existencial. No sé si lo de la consejera es indecencia o ignorancia.