La estrategia ferroviaria no se improvisa. Aunque solo sea por la lentitud de la construcción de trazados, las grandes necesidades de financiación y los aspectos socioambientales, necesita una planificación a muy largo plazo. Se supone que también consensuada. Partiendo de esa premisa, justo es reconocer que en esto, como en otras cosas, Murcia ganaría la Palma de Oro a la incongruencia y la falta de sentido de Estado.

Desde las inauguraciones de las líneas Madrid-Sevilla y Madrid-Barcelona, el establishment murciano se sumó al nutrido coro que, como niños en el parvulario, coreaban «Seño, yo también quiero». El AVE es el sueño húmedo de las élites murcianas. Así, se descartó irresponsablemente para el erario público y para el conservacionismo más elemental el desdoblamiento y electrificación de la Chinchilla-Cartagena dotándola, además, de modernos convoyes, cosa que hubiera supuesto no solo un ahorro alrededor de dos tercios del coste del AVE, sino también que el servicio tardaría apenas tres horas entre Cartagena y Madrid y, lo mollar, ya estaría funcionando desde hace quizá un decenio.

«Cosa de ecologistas radicales» —de esos que alguien tiene escrito que aspiran a comer raíces y vivir en los árboles— era la consideración que tamaño supuesto descabello merecía entre los que estaban y siguen estando en la pomada, incluyendo a los empresarios que se rasgan las vestiduras con fruición por la lentitud que arrastra el Corredor Mediterráneo. Pero había que traer el AVE al precio que fuera: victimismo de agravios comparativos, exigencia de ‘café para todos’, como en los tiempos protoautonómicos.

El ‘como fuera’ incluía el ‘cuanto antes’ y por ahí llegaron cambalaches políticos como cuando Valcárcel y Zaplana se plegaron a la pretensión de Bono de que el famoso tren recorriera media Castilla-La Mancha en su camino hacia Levante. Con el más reciente estrambote de que entraría en Murcia sin soterrar. Cuanto antes, eso sí. Con todo ello, el túnel del olvido se tragó el muy sostenible desdoblamiento y electrificación de la vía Cartagena-Chinchilla y postergó la supresión de la decimonónica variante de Camarillas hasta ya bien entrado el siglo XXI. Esto ha pasado en los últimos veintitantos años, mientras han gobernado quienes han gobernado.

Los 25 años sin completar el Corredor Mediterráneo son muchos. No vale ahora que una u otra formación mayoritaria se tiren los trastos recíprocamente por el asunto. Ambos son responsables desidiosos de la carencia, más ocupados, ambos digo, en trazar vías de AVE y gastar recursos a espuertas para una infraestructura modernísima que, de momento, no hay casi noticia de que sea productiva socioeconómicamente en su conjunto: basta revisar las cuentas de explotación. O el significado de esa nueva estrategia comercial de los trenes AVLO. Hay que preguntar a los apóstoles del AVE si su obsesión no ha redundado en la postergación de otras inversiones ferroviarias: los fondos de papá Estado nunca son infinitos.

No parece que responderían a esa pregunta nuestros más cercanos próceres, tan ocupados como están con el Corredor Mediterráneo y en justificar o anatematizar esa ‘isla ferroviaria’ instaurada en la Región durante algunos meses para culminar la llegada soterrada de los trenes AVE desde Madrid pasando por Cuenca, Albacete, Monforte y Orihuela.

Tendremos AVE soterrado en Murcia en fecha más o menos cercana, pero la red ferroviaria seguirá siendo de la posguerra y la rapidez supersónica en llegar hasta Madrid haciendo el camino inverso al señalado será privilegio de quien la pueda pagar. A no ser que la falta de rentabilidad nos regale trenes AVLO para salvar la cara de una infraestructura pretenciosa y cara, para el Estado y para el común.