El pensamiento complejo rechaza la visión simplista y maniquea de un mundo dividido en buenos y malos. Esa visión, sin embargo, tiene mucha aceptación entre las mentes simples. Mi equipo preferido lo forman caballeros y el rival, marrulleros. El partido al que yo voto encarna la verdad mientras que los voceros de los otros mienten más que hablan y, como consecuencia, los que votan como yo votan bien y los que no, yerran el voto. Los buenos catalanes merecemos la independencia porque no tenemos nada que ver con esa España podrida y fascista. Y podríamos seguir así hasta la náusea. Sin embargo, últimamente noto que empiezo a ser maniqueo con la Rusia de Putin. Me pregunto con qué o con quién se alinea el Kremlin y sé que al otro lado están los buenos. Ahora está apoyando al presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, que ha transportado emigrantes desde Oriente Medio hasta Minsk en aviones para luego trasladarlos hasta la frontera polaca y animarlos a que la crucen, porque al otro lado está la tierra prometida europea. No me cabe duda de que esa forma de protestar contra las sanciones impuestas por la UE a Lukashenko es perversa. Claro que de refutar mi maniqueísmo se encarga el comportamiento polaco hacia los pobres migrantes, consistente en mantenerlos a raya al raso con temperaturas por debajo de cero, sin alimentos ni agua. Y sin periodistas en cinco kilómetros a la redonda.