El pasado 2 de noviembre se conmemoró el 104 aniversario de la Declaración Balfour, una carta de 1917 del Secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Arthur James Balfour, a Walter Rothschild, segundo barón Rothschild, líder de la comunidad judía británica, para su transmisión a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda. En dicha carta, el Gobierno británico se comprometía a apoyar el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina. La Declaración fue el fruto de varios meses de negociaciones ente el Gobierno británico de Lloyd George y los sionistas, un poderoso lobby de presión que residía en Gran Bretaña dirigido por Chaim Weizmann, un científico que rindió importantes servicios a los esfuerzos bélicos británicos durante la Primera Guerra Mundial. 

Se sentó el precedente para que 31 año después, cuando el último de los soldados británicos abandonó Palestina el 14 de mayo de 1948 y los judíos, liderados por Ben-Gurion, declararon en Tel Aviv la creación del Estado de Israel, los palestinos fueran un pueblo desposeído y oprimido, con una inmensa mayoría viviendo en campos de refugiados repartidos por todo Oriente Próximo, o bien bajo la ocupación o como ciudadanos de segunda privados de derechos humanos en el interior de Israel.

A partir de 1948, como es sabido, el nuevo Estado estuvo en guerra con sus vecinos. En la de los Seis Días (1967), Israel se anexionó los Altos del Golán sirios, Cisjordania, la Franja de Gaza y la península del Sinaí, mientras que en la del Yom Kippur, iniciada el 6 de octubre de 1973, Egipto y Siria lanzan ataques aislados en territorio israelí para recuperar respectivamente la península del Sinaí y los Altos del Golán. 

Por los Acuerdos de Camp David, en Maryland, en las afueras de Washington DC, en marzo de 1979, Israel y Egipto firmaron la paz. Ambos países se comprometieron a reconocerse mutuamente como Estados soberanos y se ponía fin al estado de guerra que comenzó en 1948.

Hoy, el Estado hebreo, amparado por Estados Unidos que lo considera uno de sus ‘Estados gendarmes’ en la región, se ha dotado de uno de los mayores y potentes ejércitos del mundo y mantiene una voluntad constante de, a imitación de los militarismos japonés y alemán en la II Guerra Mundial, ampliar su espacio vital. La víctima: el pueblo palestino.

EXPANSIÓN TERRITORIAL SIONISTA Y REPRESIÓN DE LAS PROTESTAS. Según datos que he recogido del portal Palestina Libre, las excavadoras nunca dejan de funcionar en la Cisjordania ocupada. Pese a la tibia oposición del Departamento de Estado de EE UU (al menos, la Administración norteamericana actual muestra una actitud distinta a la de Donald Trump), Israel no detiene su expansión. El primer ministro israelí, Nafatalí Bennet, sigue adelante con sus planes para construir más de 3.000 viviendas en Cisjordania, imposibilitando, cada vez más, los sueños de la creación de un Estado palestino. Y ello pese a que el Secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken, recriminó al ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, la política de asentamientos. Política que va en paralelo a las demoliciones de hogares palestinos. La ONU calcula que éstas han aumentado un 21% en 2021.

El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abas, condenó la aprobación por parte de Israel de la construcción de esas nuevas viviendas en la Cisjordania ocupada. Para Abas, la medida «empuja las cosas hacia un estado de inestabilidad y tensión» y dificulta la solución de los dos Estados. Exigió, por tanto, una respuesta contundente de la comunidad internacional. 

Añadamos a ello la permanente asfixia de la población palestina, obligada a pasar por humillantes check points para el acceso laboral a zonas de Israel; con dificultades para la asistencia sanitaria en Jerusalén y otras ciudades; soportando apedreamientos y linchamientos de niñas y niños palestinos por parte de colonos israelíes; el humillante muro de separación entre Israel y los territorios ocupados; con infraestructuras de comunicaciones también humillantes en Cisjordania en comparación con las que disfrutan los colonos en sus asentamientos, etc. 

En ese contexto, las fuerzas militares de ocupación continúan con las persecuciones y ataques a los periodistas como parte de su política sistemática de suprimir la libertad de opinión y expresión y para encubrir sus crímenes y la vulneración de los Derechos Humanos. 

La agencia oficial Wafa informó que en octubre se han producido al menos dos ataques a instituciones o equipos de prensa palestinos. En ese mes, las fuerzas de seguridad cometieron al menos 19 violaciones sobre periodistas palestinos, que incluyeron arrestos y ataques físicos. Balas de goma, pero también de combate, son usadas habitualmente en la represión de las manifestaciones, y los periodistas no están libres de ser alcanzados por ellas. 

ISRAEL CALIFICA DE TERRORISMO LA LUCHA POR LOS DERECHOS PALESTINOS. Hace unos días, Benny Gantz, ministro de Defensa de Israel, se atrevió a calificar de terroristas a seis importantes grupos de palestinos defensores de los derechos humanos. Una víctima de tal política dictatorial es la cooperante española Juana Ruiz, encarcelada, pese a las gestiones diplomáticas españolas, en una prisión del norte de Israel, acusada de conexiones con el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP). Además de ser una acusación inconsistente y sin fundamento, hay que recordar que hoy, el FPLP, al contrario de otras organizaciones como Hamás o Hizbullah, propugna la creación de un Estado palestino laico y democrático. 

Entre las asociaciones acusadas, una gran parte de ellas financiadas desde Europa, se encuentran las que ayudan a agricultores y promueven derechos de las mujeres y valores democráticos, así como otras que documentan violaciones de los derechos de prisioneros y niños. Por eso hay que acallarlas.

Pero es que, además, cuando Benny Gantz califica tan alegremente de terroristas a esos colectivos, olvida conscientemente el origen terrorista de su propio país. El laureado ministro Menajem Begin, el que llegara a ser Premio Nobel de la Paz, como líder del grupo terrorista Irgun fue el que ordenó el atentado, el 22 de julio de 1946 (antes, pues, de la constitución del Estado de Israel), contra el Hotel King David de Jerusalén, sede de la Comandancia militar del Mando británico en Palestina, con el resultado de 92 muertos (incluido un terrorista), 18 de los cuales eran judíos.

El propio ministro Gantz puede calificarse de criminal de guerra. Estuvo a la cabeza del Ejército israelí en 2014, cuando arrasó partes de Gaza, matando al menos a 1.450 civiles, incluidos unos 500 niños, jactándose más tarde de haber devuelto a Gaza ‘a la Edad de Piedra’. El ministro y su Gobierno hacen afirmaciones extravagantes sobre vínculos con grupos terroristas que nadie está en condiciones de verificar. Además, ellos, y solo ellos, vienen demostrando al mundo civilizado que el sionismo que viene ‘reinando’ en el país es lo más alejado de la empatía y la piedad con sus semejantes. 

Según un artículo de TelesurTV.net, a pocos metros de los muros orientales del complejo de la Mezquita Al-Aqsa se encuentra el centenario cementerio Al-Yousufiya. Hace unas semanas, trabajadores del municipio israelí de Jerusalén y la Autoridad de Parques y Naturaleza de Israel expusieron restos humanos durante las excavaciones, lo que causó indignación y provocó protestas y oraciones en el sitio. En forma de presión, los palestinos aumentaron su presencia alrededor del cementerio y se enfrentaron a las fuerzas israelíes, que respondieron con gases lacrimógenos, granadas de choque, palizas físicas, detenciones y prohibiciones temporales de visitantes al cementerio. 

Les sugiero que busquen en la Red, en Palestina Libre, el enlace en el que una madre palestina trata desesperadamente de salvar de las ‘garras’ del bulldozer la tumba de su hijo, pues el terreno que ocupa el cementerio va destinado, cómo no, a nuevos asentamientos de colonos.