Estos días se está celebrando en Glasgow un encuentro ionternacional de Naciones Unidas calificado de decisivo a efectos de concretar medidas para alcanzar los objetivos climáticos señalados en el Acuerdo de París, en vigor desde noviembre de 2016. 

La buena noticia es el papel de liderazgo asumido por la administración norteamericana de Joe Biden, después de que su predecesor, Donald Trump, diera un portazo a París como parte de su estrategia de nacionalismo y defensa sin escrúpulos de los intereses de la industria del petróleo. La mala noticia es la presencia de bajo nivel político en Glasgow de tres países claves para que los objetivos climáticos se alcancen a tiempo: China, India y Australia. 

Estos tres últimos países coinciden en ser grandes productores y consumidores de energía procedente del carbón. Y si no se excluye definitivamente al carbón del mix energético, pocas probabilidades hay de conseguir que el calentamiento global se quede por debajo de los dos grados de temperatura media por encima del nivel preindustrial.

Como nos hemos ido acostumbrado con este tipo de eventos, el del Cop96 en Glasgow es motivo para que los interesados en hacer oír su opinión y sus intereses, celebren foros paralelos aprovechando la concentración mediática y el foco de atención que suponen. Así ha sido en Glasgow, con los Gobiernos, por un lado, las industrias privadas por otro y los activistas finalmente luchando por acaparar tiempo en los informativos de todo el mundo. 

Para completar la imagen circense no hay mejor estampa que la llegada a todo bombo de la niña (ya no tan niña) prodigio danesa Greta Thunberg, cuya cohorte familiar maneja todos los hilos a su alcance para que algún día le otorguen el Nobel de la Paz. No sé si a Greta le darán el Premio Nobel de la Paz (al fin y al cabo, es una nórdica, como el jurado que otorga los Nobel). De lo que estoy cierto es de que, si hubiera un Premio Nobel de la mala leche y la zafiedad, ya se lo hubieran dado. Su especialidad es insultar a los poderes fácticos responsables del calentamiento global, pero en ese menester se le suele calentar la boca, o el Twitter, que viene a ser lo mismo. Nunca he visto tanta razón oculta en tan malas maneras de una adolescente malcriada.

En cuanto al circo gubernamental, los acuerdos de Glasgow (una cumbre técnicamente muy bien preparada por el equipo Biden y animada mediáticamente por el siempre chistoso y efectivo Boris Johnson), la cosa está dando de sí lo que se esperaba previamente: las medidas adoptadas, en caso de cumplirse, ayudarán al objetivo de controlar el calentamiento global hasta poco menos de los niveles catastróficos. El deseo de los más comprometidos era alcanzar un acuerdo de 1,5 grados. El acuerdo final se ha situado en 1,9, una décima por debajo del que se considera ya nivel catastrófico e irreversible, que serían dos grados. Lo más destacado de los acuerdos es el compromiso por parte de los países más desarrollados de ayudar a los menos desarrollados a superar la transición energética. Parece un acuerdo razonable que los que han causado el problema debido al modelo industrial basado en las energías fósiles ayuden a otros que no tienen responsabilidad, pero sí sufren las consecuencias. El elefante en la habitación es qué futuro tiene la energía nuclear en la consecución de los objetivos climáticos. Sottovoce se admite que tendrá que jugar un papel decisivo, sobre todo en el formato SMR (Small Modular Reactor), que permite acercar la producción de energía nuclear en pequeñas unidades allí donde se la necesita para un objetivo concreto, como la desalinización de agua del mar, por ejemplo. Con esa estrategia se evitará en el futuro el efecto óptico del ‘peligro nuclear’. 

Sin nuclear no hay descarbonización posible. Eso ya lo ha entendido todo el mundo, empezando con China, que confía en la energía nuclear para sustituir sus centrales térmicas alimentadas por carbón. A China probablemente le seguirá la India. El caso es que (y esto es lo importante, en definitiva) los Gobiernos ven la transición energética como la única forma efectiva de ganar la independencia de sus economías de productores foráneos, que además coinciden definitivamente con los matones de la clase, como el caso de Arabia Saudí, Rusia o Venezuela. Como ejemplo, un botón: Estados Unidos ha empezado a desentenderse de Oriente Medio en el momento que ha conseguido su independencia energética debido al petróleo de esquisto. Después de tanta guerra y tensión provocada por los países petroleros, la auto dependencia mediante energías renovables o de producción propia como la nuclear representa una rebaja considerable de las tensiones geopolíticas.

Y nos queda el mundo de la economía privada y el esfuerzo por aminorar el calentamiento global. Ahí las cosas también van por el camino correcto, si hacemos caso a las noticias que nos llegan de Glasgow. Los mayores bancos del mundo (incluido nuestro Santander) han comprometido una ingente cantidad de dinero para financiar iniciativas de economía verde. El dinero privado ha atisbado con razón la oportunidad que supone invertir en proyectos viables que obtienen una alta rentabilidad, como el caso de las renovables. 

Aunque parezca mentira, hasta hace poco, los bancos han estado financiando la expansión de una industria (la de la extracción de energías fósiles) condenada a la desaparición por el perjuicio que causa al planeta, no porque no sirva como fuente de energía. Al fin y al cabo, como dijo un ministro saudí del petróleo, la Edad de Piedra no se acabó porque se acabaran las piedras. La prueba del algodón de que la transición energética va a en serio es comprobar cómo el Fondo Soberano de Arabia Saudí, el mejor dotado del mundo, está invirtiendo de energías renovables para su propio país.

Como en todo circo, este no sería nada si no hubiera espectadores, entre los que me incluyo. Desde este lado, contemplamos este circo de tres pistas con una cierta estupefacción no exenta de escepticismo. Todo esto nos parece relativamente ajeno, y eso se demuestra por el poco caso que hacemos a los coches eléctricos. Si estuviéramos tan preocupados por el cambio climático como parecen estarlo Gobiernos, empresas y activistas, hace tiempo que no consumiríamos carne, iríamos en patinete y nos ducharíamos con agua fría. 

Afortunadamente, la salud del planeta parece estar en mejores manos que las nuestras.