Lo más asombroso del Mar Menor es que esté en tan malas condiciones con la cantidad de organismos, altos cargos, funcionarios, asesores y observadores que financiamos con cargo a los impuestos. Pocos problemas hay en el planeta Tierra tan observados como los episodios de putridez y mortandad que afectan periódicamente a la laguna murciana, pero el hecho es que el problema de fondo sigue intacto, ajeno a las intensas labores de gestión, asesoramiento y observación de que es continuamente objeto.

El Gobierno de López Miras, lo que antes se conocía por Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, cuenta con una Dirección General del Mar Menor, una especie de ente que trasciende lo administrativo para entrar directamente en el terreno de la metafísica, porque nadie ha oído hablar de él ni ha escuchado a su titular opinar sobre el único tema al que, en principio, dedica todos sus esfuerzos. Aunque existir, existe, de eso no cabe ninguna duda: 13 millones de euros presupuestados lo atestiguan.

Pero una dirección general no es suficiente. Por eso, las autoridades murcianas cuentan con dos consejos asesores dedicados a estudiar los problemas del Mar Menor: uno de carácter científico y otro llamado ‘de Participación Social’, cuya misión fundamental es «aportar, integrar y expresar los intereses sociales, económicos y vecinales, para facilitar que se tenga en cuenta una perspectiva global en la formulación de soluciones». Bravo por sus 44 integrantes.

Pero no es suficiente. Hacía falta algo más; otro organismo que se moviera por las regiones hiperbóreas del pensamiento para proporcionar un broche elegante a tanta tormenta de ideas. O sea, lo que viene siendo un Observatorio, elemento esencial en el mundo de la alta política, sin el cual los problemas no pueden resolverse con la debida eficacia. Así ha nacido el Observatorio del Mar Menor, flamante institución cuya composición aún no se ha hecho pública, pero que muy pronto iniciará su, sin duda, provechosa singladura.

La ventaja de estos organillos autonómicos es que nacen para estudiar un problema cuyas causas ya son perfectamente conocidas: la culpa es de Sánchez. Partiendo de esa premisa, las labores de análisis se simplifican extraordinariamente. En última instancia, el PP lleva gobernando aquí tan solo 26 años y en tan breve plazo es imposible concretar un proyecto de región. También ha gobernado el Gobierno de España 14 años, ocho de ellos con mayoría absolutérrima, pero en ese lapso imperceptible se les pasó invertir algo en la costa murciana para evitar la catástrofe que se avecinaba. Total, que la culpa del hedor del Mar Menor y de la mortandad de su flora y fauna es de Pedro Sánchez. De él y de los agricultores del Campo de Cartagena, claro, que en eso sí que hay consenso. 

Los ayuntamientos ribereños, que vierten aguas fecales al Mar Menor en cuanto se produce una tormenta, tampoco son responsables de nada a pesar de que las millonadas recaudadas durante la burbuja inmobiliaria por sus departamentos de urbanismo no han servido para adecentar sus redes de alcantarillado. Todo es culpa de Sánchez y de los obreros que se dejan los riñones trabajando en los campos aledaños. Circulen, que aquí no ha pasado nada.

Pero sí pasa. Porque cada vez es más difícil convencer a todo el mundo de que el Mar Menor está hecho una pocilga por culpa de Sánchez, sobre todo después de que su vicepresidenta anunciara hace unos días la mayor inversión pública de la historia en el Mar Menor.

Como se produzca otro episodio de mortandad, los populares van a tener que emplearse a fondo en las labores de propaganda. Les va a hacer falta algún observador más.