Antes de regresar a Madrid, Felipe y Carmela me invitan a una cena seguida de una sesión de cine. Tienen una colección de películas envidiable. Me dan a elegir. Me gustaría verlas todas, pero me he decantado por Katharine Hepburn y Henry Fonda, en En el estanque dorado. Es la tercera vez que la veo. No me canso. Para Henry fue una despedida enormemente emotiva. Le brindó la hermosa oportunidad de trabajar con su hija Jane, muy bien encajada en su papel. Los protagonistas y el guionista recibieron un muy merecido Óscar.

Toda la acción de la película sucede en torno a un bellísimo paraje (¡qué fotos!) conocido como el estanque dorado, el lugar donde veranean los Thayer, y que abre el espacio de la acción y da a la historia su pleno carácter metafórico. El relato es toda una profunda reflexión sobre la vejez. Un verano más, el matrimonio formado por Ethel y Norman Thayer acude a su casita en medio de un bosque y a los pies de un estanque, repleto de truchas y aves acuáticas. Desde la tranquilidad y la lentitud de los pasos ancianos hasta el ritmo de la naturaleza se acompasan con las costumbres sencillas de esta pareja. Norman, unos años mayor que la animada y siempre alegre Ethel, tolera mal los límites que le impone la vejez. Su humor se ha vuelto amargo y la muerte se ha convertido en su tema. Sin embargo, a propósito de la celebración de su cumpleaños, van a recibir la visita de su hija, Chelsey, quien ha estado muy alejada del hogar. Ella acude acompañada de su nuevo novio y del hijo de este. Junto a la vejez, también aparecen temas tan cruciales como las diferencias intergeneracionales o las costumbres. Se aprecia claramente que lo que se va con los Thayer no es solo una vida, sino una concepción del mundo cuyo horizonte en nada se parece al de las nuevas generaciones. La familia, la fidelidad matrimonial como pilar esencial del amor y de la conquista de la felicidad, el cultivo personal a través de la cultura, el respeto, las costumbres sencillas, la austeridad y el amor por la naturaleza conforman el tesoro de los Thayer, la clave de su vida plena. Es evidente que esta película anuncia el fin de una época. Nada es por casualidad. El reencuentro familiar va a remover muchas cosas importantes en cada uno de ellos. La relación paternofilial siempre ha sido tensa. Pero la torpeza y la incomunicación no pueden interponerse entre ellos. El amor lo puede todo.

Como el oro, los matrimonios fieles brillan en su vejez serena; tanto para alumbrarse mutuamente en la oscuridad del túnel como para alumbrar y fortalecer a los demás mientras transitan por su vida. Quizá esto suceda así porque la fidelidad, con la entrega gozosa que implica, es la forma de amar más pura. Como dice el personaje de Ethel Thayer, en un momento de la acción en el que aconseja a su hija, a cada cual hay que quererlo intentando comprender su camino, mirándolo a los ojos con paciencia infinita.