Son varios los pasajes en los que los evangelios presentan a Jesús discutiendo con los escribas, es decir, con quienes tienen el control de la religión al poseer el poder de acceder a lo escrito, al Libro y las leyes. Son presentados habitualmente como engreídos y orgullosos; amantes de la buena vida y de que los reconozcan en público. Visten vistosos ropajes y ocupan los primeros puestos en los lugares de reunión, buscando banquetear a costa de los más sencillos, pues con pretexto de largos rezos devoran los bienes de las viudas.

Contra este tipo de personajes previene Jesús, sin embargo, no parece que en la Iglesia haya cundido esta advertencia, pues hemos visto a lo largo de la historia, y por desgracia seguimos viendo, a este tipo de medradores. Son incapaces de ganarse la vida de otra forma distinta al saqueo constante de los bienes ajenos y lo único que ofrecen son ‘largos rezos’. Se trata de la patología de toda religión: la creación de un orden sagrado de personas segregado del resto. Lo podemos llamar clericato.

El clericato no aporta nada específico al orden social. Sus miembros son extraídos entre los más dóciles al orden establecido y formados para dirigir los grupos o comunidades como verdaderos autócratas. De esta forma, según ascienden en el orden clerical, van aprendiendo cómo se ejerce el poder y para qué. En lugar de utilizar su saber y su trabajo para el servicio a los pobres y oprimidos, se dedican a legitimar la estructura de opresión. En esto Jesús fue muy claro, pues su discurso contra el Templo de Jerusalén incluye a quienes se benefician del mismo, convirtiendo la casa de oración en cueva de ladrones. Los sacerdotes, los escribas y los ancianos han tergiversado la voluntad divina y han torcido las palabras de la Escritura, interpretándolas según su propio interés. Frente a todos ellos está la viuda que sigue creyendo en las estructuras de salvación y por eso va al Templo y hecha en el arca de las ofrendas unos cuartos, todo lo que tenía, para su mantenimiento.

Esto da lugar a Jesús para establecer la comparación entre esta viuda y los escribas y sacerdotes. Aquellos dan de lo que les sobra, pero esta viuda ha dado cuanto tiene para vivir. Mientras el clericato se aprovecha de las estructuras creadas para la liberación del pueblo, el pueblo sigue sosteniéndolo como si fueran parte de esa salvación.

El clericato ha convertido al cristianismo en una religión al servicio de la muerte, no al servicio de Dios. En estos tiempos en los que un Papa se ha atrevido a meterlos en vereda, se revuelven como posesos impregnados en agua bendita. Temen perder el sentido de su existencia si se adaptan al evangelio. Son peor que sepulcros blanqueados que pueden hacer caer a los fieles en la tumba del ritualismo estéril; son el verdadero Anticristo del final de los tiempos. ¡Qué bien los conocía Jesús!, pero nada pudo hacer para evitar que el instrumento universal de salvación que es la Iglesia se convirtiera en cueva de bandidos. ¿Será el ejemplo de muchas viudas el que salve a la Iglesia?, o ¿será una decisión firme por parte de quien puede hacerlo el que, amputando el miembro que causa escándalo, lo haga? El tiempo lo dirá.