Pasamos media vida intentando despertar el potencial interno que nos permita descubrir cuál es nuestra meta, qué necesitamos para alcanzar algo parecido a la felicidad.

Esfuerzo, determinación, vivencias y doctrina como el pan que alimenta la esperanza para esa búsqueda. Pocas cosas tengo claras en este camino. Esa codiciada alegría, a según quién, nos llega por etapas y a cuentagotas. Pero cuando ha vivido entre tinieblas (léase casi casada con un pusilánime, cantamañanas, traidor, infacundo y gallina equivocado) distingues vidrio templado de Murano de cristal barato casi sin pestañear. Y que mágico poder compartirlo, que mágico cuando ese rayo tras la experiencia cae anunciando júbilo y dejando claro que sin reciprocidad no hay plenitud. Esa y no otra es la meta por alcanzar para muchos; ya lo dice Porco Bravo: «Compartir es amar».

Ayer tenía sed y un vaso vacío, esto no es una metáfora. Estaba sedienta, y las circunstancias me impedían comprar una botella de agua a pasar de tener dinero suficiente para hacerlo. Miré a una desconocida que andaba pegada a unos amigos, ella portaba una botella del tan preciado líquido, y le pedí un poco. Os aseguro que el contexto invitaba a compartir, no la asalté en mitad de la nada para rogarle ese trago. Pues bien, con la hosquedad más brutal que puedan imaginar, me soltó un NO como la catedral de Burgos. Me quedé absolutamente petrificada, prometo que casi se me saltan las lágrimas en ese momento. En mi mente, como en la de cualquier persona medio cabal, no tiene cabida una negativa de tal magnitud... Y, de repente, sentí una pena tremebunda por ella. Me pregunté, en décimas de segundo, a qué tipo de vida y castigo habría estado sometida, lamenté cada uno de sus días sufridos, y también lamenté su tristeza y su vida vacía. La misma que escondía bajo un vestido bonito. También sentí su patetismo, el que me había ayudado a entender que no todos encuentran su felicidad compartiendo ni apagando la sed de quien les pide de beber. «El mundo está dividido en dos partes, amigo, los que tienen la cuerda al cuello y los que la cortan» (Sergio Leone, 1966).

La involución, ver que para muchos los años pesan más por el desprecio acumulado que por lo que dan. Y así es como seguirán siendo seres carentes de felicidad.