El Gobierno es uno de los grandes inventos de la humanidad. Su existencia nos permite dedicar tiempo a nuestras cosas. Si yo tuviera que estar pendiente del funcionamiento de los semáforos de mi calle, no podría escribir novelas. Quien habla del control de los semáforos habla de la limpieza de los parques infantiles. Ahora mismo estoy con mi nieta en uno de ellos. La cría sube y baja del tobogán sin agobio alguno por mi parte ya que el gobierno municipal se ocupa de que se halle en buen estado. Si estuviera oxidado, podría herirse y coger el tétanos. Significa que un buen gobierno local impide que los niños cojan esa enfermedad terrible, provocada por un veneno que afecta al sistema nervioso central y paraliza progresivamente los músculos del cuerpo, incluidos los implicados en la respiración.

Me pregunto por qué, en medio de esta paz que se respira en el parque, me da por pensar en el tétanos. La mera fantasía de padecerlo me provoca algunos de sus síntomas: no puedo, de repente, tragar saliva con naturalidad. No pienses en el tétanos, me digo, que ya se ocupan de eso las autoridades sanitarias. Es un chollo disponer de autoridades sanitarias que piensen en las formas de evitar el tétanos. De otro modo, tendría que ocuparme yo y carecería de tiempo para leer a Balzac. Quien dice a Balzac dice a Dostoievski o a Patricia Highsmith. Mi nieta quiere beber ahora de una fuente en la que el agua es potable porque también hay personas, dependientes en última instancia del gobierno, que se ocupan de que de los caños de las fuentes públicas no salgan sapos y culebras.

Como ustedes ven, estoy muy contento de la existencia del gobierno. Aun así, intento convencer a la niña de que se aguante las ganas de beber hasta que lleguemos a casa, por si acaso. Para que haya gobierno y toboganes seguros y fuentes públicas de agua potable, reflexiono luego, es preciso que haya impuestos. Precisamente, dentro de unos días, a principios de noviembre, tengo que abonar la segunda parte de los de este año. Quiere decirse que he de comprobar que tengo dinero en la cuenta. En esto, mi nieta, que me ve muy abstraído, se acerca y me dice que seguro que estoy pensando en una novela.

—Más o menos —le digo yo.