Nos quejamos, la primera yo, de lo rápido que pasa el tiempo; enseguida estamos viendo los polvorones en las estanterías en octubre, o cómo ha pasado otro año, pero he descubierto un lugar donde el tiempo se para y los días se hacen eternos. No les voy a decir que hagan la prueba, porque es uno de esos lugares a los que mejor nunca tener que ir. 

Llevo diez días en la cuarta planta de un hospital, y a muchos les traería aquí para que se les quitara toda la tontería que tienen encima. Ha sido una semana convulsa que he observado en silencio: el décimo aniversario del fin de ETA, las declaraciones de Otegi, el volcán de La Palma que sigue rugiendo, los políticos también, y mientras la vida sigue, la mía se ha parado. En casa hay mucho silencio, papá come y cena sentado en el sillón de mamá, la puerta de su cuarto está cerrada, no se escucha su transistor siempre encendido por las mañanas, y lo único que escucho cuando voy a dormir un rato son los suspiros de mi padre, preocupado, solo, aturdido, echándola de menos. 

Todo está bien y de repente en unos minutos la vida te cambia. Hace años me cambió, exactamente en 2017 cuando la enfermedad de mamá nos arrasó a todos. Desde entonces los episodios graves se han repetido en tres ocasiones a lo largo de todos estos años, pero su fortaleza y ganas de seguir me dejan sin palabras. En este último ingreso, mientras el mundo se ha parado, me ha dado por pensar en algunas cosas y plantearme otras, entre ellas que la rutina nos arrasa y se nos olvida lo que realmente es importante: la salud, la familia, el amor a los nuestros, y me cabrea, porque siempre nos ocurre lo mismo, todo los malos momentos se nos olvidan y volvemos a perder el tiempo en chorradas, a discutir, a darle importancia a cosas que en absoluto la tienen y, mientras, la vida pasa, un día todo está bien y sin más deja de estarlo. 

Tengo miedo, no les puedo engañar, creía que era más fuerte de lo que realmente soy y, bueno, intento, si el cansancio me deja, pisar tierra y tomar todo con más calma mientras seguimos jugando este partido que parece una final de Champions del Atleti, pero en esta ocasión no pienso dejar que el eterno rival nos joda en el minuto 93. 

El cirujano, al verla tras la operación y decirme que dentro de la gravedad está estable, salió de la habitación diciéndome: partido a partido. Cholismo hospitalario, qué maravilla. Quiero aprovechar las líneas de este domingo para agradecer a los sanitarios de la cuarta planta del Hospital Morales Meseguer de la ciudad de Murcia su trabajo incansable y su cariño. Son parte de nuestro equipo en estos momentos, a Rocío, a Sergio, a María, a Inma, a Carmen, a Marisol. Todos estáis junto a nosotros cuidando de nuestra número 9, nuestra delantero de casa. Ojalá Luis Aragonés al lado de mamá ahora diciéndole: Katya, vamos a ganar, y ganar y volver a ganar. 

Para nuestros políticos y en especial para el Gobierno regional tengo un recado: la Sanidad debe ser el pilar fundamental de su gestión, que nuestros profesionales tengan recursos para cuidarnos debe ser su prioridad, es intolerable que después de lo vivido durante esta pandemia aún no se hayan dado cuenta de la importancia de cuidar a nuestros cuidadores con salarios dignos, sin chapuzas en las bolsas de trabajo aprovechándose de la necesidad de un puesto de trabajo de nuestros sanitarios.

No quiero olvidarme de la vicepresidenta ex cítrica, aquella que con orgullo se alegraba de la iniciativa de Cs que proporcionaba wifi y televisión gratuita a los hospitales de la Región. Ahora qué, ¿apuesta usted más por hospitales sin médicos como el Zendal de Ayuso, señora tránsfuga? De las mejoras en el servicio sanitario ya no se acuerda. Es una vergüenza el negocio que hay montado mientras los ciudadanos atravesamos con nuestros familiares trances complicados en los que se agradecería poder trabajar a través de una red wifi o que no nos tengamos que dejar diez euros cada día para que nuestros enfermos se entretengan mientras permanecen ingresados. 

Volviendo a la final del partido de Champions que estamos jugando en la quinta planta del hospital: somos un equipo fuerte y unido; las finales no se juegan, se ganan. Aquí seguimos.