Las acechantes estadísticas del coronavirus llevan semanas regalándonos una tregua, aunque aún miramos las cifras de la pandemia de reojo y con desconfianza, porque es pronto para cantar victoria. Lo que sí podemos pregonar es que la Cartagena de los últimos días vuelve a ser la que era a principios del año 2020 y que las calles de su centro histórico rebosan la actividad y la alegría previas a la irrrupción del Covid.

Por mucho que mi amigo el vasco nos ningunee y nos reproche que los que no conocemos bien el norte no sabemos lo que es una ciudad bonita, la realidad es que los cartageneros llevamos varios lustros asombrándonos a nosotros mismos de la transformación que hemos experimentado y cómo hemos dejado muy atrás la ciudad gris que éramos a finales del siglo pasado.

Más allá de los razonables debates de si aún se podía haber hecho mucho más, que seguro que sí, la evidencia es que contamos con una urbe coqueta y más que atractiva tanto de día, con la presencia de grupos de turistas cada vez más nutridos, como de noche, con un sector hostelero que resucita con sus terrazas llenas y con nuevos locales, que contrarrestan el cierre al que se vieron abocados otros por la crisis sanitaria.

Da gusto caminar por una ciudad con un casco antiguo peatonalizado, libre de humos y de coches, y con un rico y variado patrimonio tan concentrado que no exige de grandes traslados ni caminatas. Cada vez temenos más que enseñar, más de lo que presumir y seguimos trabajando para seguir recuperando las numerosas históricas y monumentales joyas que aún nos quedan por lucir. Normal que surjan debates sobre si es major recuperar esta o aquella calzada o este o aquel palacio de una u otra manera, porque nuestro subsuelo oculta milenios de cultura bajo cada metro cuadrado. Y seguro que seríamos mucho más relevantes si hubiéramos dispuesto de muchos más recursos con los recuperar y poner en valor más patrimonio. Lógico que queramos más. ¿Quién no? De hecho, sería un desastre que nos conformáramos y renunciáramos a potenciar más nuestra Cartagena como referente del Mediterráneo que fue y que, poco a poco, vuelve a ser.

La escala de cinco cruceros de forma simultánea el pasado jueves es una imagen que solo suele verse en los grandes destinos turísticos del sector y, aunque supone un hito histórico, era cuestión de tiempo, porque cada vez son más las escalas dobles o triples de estos buques turísticos con miles de pasajeros a bordo, que se dejan unos buenos euros en su fugaz visita.

Podríamos pensar que una quíntuple escala es una anécdota sin mayor relevancia, pero, a mi entender, refleja varias virtudes a destacar. La primera de ellas la decidida apuesta de la Autoridad Portuaria de Cartagena por lanzarse a la conquista de este sector hace ya casi veinticinco años, con aquellas primeras ocho escalas de cruceros de 1998 con apenas unos cientos de pasajeros. La labor de directivos como Fernando Muñoz y todo su equipo ha sido ir sembrando cada día un poco más por las ferias del mundo entero hasta llegar a 2019 con más de 250.000 pasajeros que pisaron Cartagena y una escala cada dos días.

La estratégica ubicación geográfica de nuestro puerto es otras de las bondades que hemos sabido aprovechar para sacar músculo en este sector, pero si las navieras no hubieran visto atractivo, posibilidades y, sobre todo, negocio en la parada en nuestros muelles, den por seguro que no nos hubieran incluido en sus itinerarios. Además, las encuestas que se trasladan a los pasajeros sobre las ciudades que visitan siempre suelen dejar muy bien parada a nuestra Cartagena.

Así que, de repente, un día coincidan cinco buques con más de cinco mil pasajeros y dibujen una bonita estampa no es casualidad, sino fruto de nuestro trabajo, nuestra transformación y nuestra historia y a que hemos sabido aprovechar las épocas de bonanza para embellecer nuestra ciudad. Seamos los primeros críticos con nosotros mismos, con los despropósitos y la mala imagen que damos tantas veces, pero sepamos también reconocer nuestras potencialidades y mirarnos a través del reflejo de los que nos visitan. Eso sí, con la excepción de mi amigo el vasco, para quien siempre serán mejores sus tierras del norte. Aprendamos a corregir nuestros errores y a superar nuestras asignaturas pendientes, pero, sobre todo, a enorgullecernos de nuestras raíces como saben hacerlo en otros lugares no tan lejos de aquí.

¡Ah! Y a mi amigo no le negaré las excelencias de sus pueblos, que ojalá pueda recorrer cuanto antes, pero consiga que diga con la boca más pequeña que nuestro puerto y nuestra ciudad no son más bonitas que las de allí arriba cuando conozca que los 55.000 pasajeros que llegaron en crucero a Bilbao en 2019 y los 30.000 que desembarcaron en Santander ese mismo año aún quedan muy lejos del cuarto de millón de turistas que arribaron a nuestra ciudad en ese ultimo ejercicio prepandemia. ¡Aúpa, Patxi!