Este año el habitual circo del Premio Planeta ha tenido un sabor más amargo de lo acostumbrado para las mujeres escritoras, todavía una minoría en los Premios, en los jurados, en el número de obras publicadas; también para lectoras y lectores, que se han visto engañados por la supuesta identidad del autor; y finamente, para las mujeres, en general, que hemos sentido de nuevo el peso implacable y presente de los estereotipos de género.

Un trío de hombres, novelistas y guionistas de relativo éxito, se ha hecho con el primer premio de un millón de euros. El hecho de que sean tres y que se hayan dividido la novela en partes (como si estuviesen construyendo el monstruo de Frankenstein), atendiendo a sus propias ‘especialidades’, denota una fabricación ‘en cadena’ habitual en un tipo de literatura-producto que ahora se estila, lo que, además, no han tenido ningún problema en precisar para la prensa, con esa bonhomía expansiva que da el dinero en el bolsillo, y el Premio en las manos, sin recordar, quizás, el adagio latino sobre la fragilidad del triunfo. 

Pero no es solo que con su ‘sistema de trabajo’ se quiebran las expectativas, quizás románticas y anticuadas, pero vigentes todavía, de lo que se supone que es una novela, es decir, no un ‘producto’, sino un escrito orgánico, personal, revelador, consciente e inconscientemente, de una mente y una sensibilidad que razona, siente y vislumbra en presente sobre nuestro mundo (y de ahí que sea interesante leer literatura contemporánea y no solo los clásicos). 

No, es que los ganadores eligieran un nombre femenino, Carmen Mola, y una personalidad ficticia, «una profesora de instituto, madre de tres hijos, cuya propia madre no sabe que escribe y de lo que escribe», una mujer que se supone anodina y discreta, como supuesta autora de sus productos… En esto como en el apellido elegido, ‘Mola’, hay un cierto regusto a ‘chiste’ añejo.

Las mujeres que hemos sido, y seguimos siendo, un blanco fácil de ese tipo de dudoso ‘humor’, el humor que se pretende ‘normal’, pero que es simplemente patriarcal, resultado de una desigualdad vivida desde siempre con aquellos que tienen ‘las de ganar’ en la balanza del poder, no podemos reírles la gracia. Ellos bromean, con alegría e inconsciencia, quizás incluso, y apena pensarlo, con satisfacción, en todo caso, sin ver, ni empatizar, con la situación de privilegio sobre la que se basan sus risas…Pero para nosotras, como ocurre siempre que no existe todavía, y no ha existido en el pasado, una relación de verdadera igualdad, no es más que una burla.

Pocos días después del Premio Planeta se celebró el Día de la Mujer Escritora, y fue terriblemente oportuno. La mujer escritora, esa de la que dijo Virginia Woolf: «Escribid, mujeres, escribid, que durante siglos se nos ha negado», o bien esa otra frase célebre: «Yo me atrevería a pensar que ‘Anónimo’, que escribió tantos poemas sin firmarlos, es una mujer». Porque durante mucho tiempo, muchos siglos, la creatividad femenina fue penalizada de una forma u otra, rechazada, negada, además de ridiculizada…Y volviendo al presente, con el dato nada sorprendente de que, según las encuestas de los libros registrados en España en 2018, solo el 23% están escritos por mujeres.

En esta situación, y para aquellos que no han leído y no vayan a leer las novelas que no Molan, queremos explicar el ‘chiste’. Lo supuestamente ‘gracioso’, el gancho, es que esas novelas tremendamente explícitas en su violencia sexual, a veces pedófila, de descripciones tan macabras que llegan a ser plenamente asquerosas, no parecen ‘escritas por una mujer’. Por eso era supuestamente hilarante y escandaloso que la autora fuese una mujer y comprensible que por esa ‘transgresión’ la tal Carmen Mola no quisiese que su madre leyese su obra. 

Esto se basa en un prejuicio bastante común: que las mujeres no son capaces de escribir ciertas cosas, lo que hay que decir que es falso (no tenemos ahora espacio para incluir un listado). Pero que apela a otro prejuicio, y entre los dos tenemos todavía que movernos las mujeres del siglo XXI y que es, como se dice popularmente, que «cuando hay una que sale mala, es más mala que todos los hombres», o que «cuando hay una que sale guarra» es la súper guarra, lo que también parece obligado precisar, es falso.

La verdad es que no hay diferencia entre escritores y escritoras. La prueba es simple y cualquiera puede comprobarlo desde la comodidad de su propia casa. Si se lee un párrafo de una novela sin saber quién es su autor es imposible distinguir su sexo. Igual ocurre con el arte, la música, y todo lo demás. Dejemos atrás los chistes sin gracia, con la teoría de que la tierra es plana.