Medio año ha del fracaso de la moción de censura en Murcia. Parece que hubiéramos dejado varias vidas atrás y se nos ha olvidado casi todo, con tanto pez muerto y las vacunas y las barras de los bares confinadas…; pero no, apenas han transcurrido seis meses desde aquel sofoco. De entonces acá, las almas bellas que integraban Ciudadanos se van dejando caer, gota a gota, por las sedes del PP, a ver si allí los recalifican, o algo, y ni que decir tiene que se los recalifica y lo que haga falta, para eso estamos.

Pero también queda un resto de Ciudadanos decididos a mantenerse en lo que son, sea ello lo que fuere, a los que en lo sucesivo llamaremos los Ciudadanos de la Ciudad de Dios, por aludir a la pureza de espíritu de la que hacen gala. Caben todos en un taxi y no se les ha ocurrido mejor cosa que ir a lamerse las llagas del alma a la muy ilustre, venerable, archicorrecta y nunca bien despiojada cofradía del santísimo fracaso que forma la izquierda comunista y socialista de Murcia, que llevan rumiando su derrota desde que Valcárcel los sacara de los despachos allá por el año de la tosferina; y alguno hubo que se llevó el despacho entero a su casa, pero esto también se nos ha olvidado, afortunadamente.

Y a estos pertinaces y angelicales ciudadanos no se les ha ocurrido mejor cosa para aliviar su desazón que unirse al coro de plañideras de la cofradía del fracaso y azacanear el buen nombre del Gobierno, por el expediente de referirse a ellos en todo texto y contexto como ‘El Gobierno de los Tránsfugas’, y ahí lo dejan.

Y como lo dejan ahí una y otra vez, igual habría que recordar qué significa ser un ‘tránsfuga’, porque parece que se nos haya olvidado que algo tenía esto que ver con la ‘fuga’ de unos partidos a otros, a la búsqueda (no siempre exitosa) de cobijo o acomodo. Y, mira tú por dónde, estos señoritos, señoritas y señorites de Ciudadanos son doctores cum laude en este tipo de fugas, pues quién más quién menos ha pasado por la PSOE, por la UPyD, por el PP, o incluso por todos ellos; con lo que no veo muy de recta razón que sean estos viajeros del espacio político los que ahora reprochen a los suyos (pues suyos fueron los del PP en algún momento de sus trayectorias) ni a nadie ese ‘transfuguismo’ que no se les cae de la boca, habida cuenta de que para cualquiera de estos Ciudadanos de la Ciudad de Dios no cabe ya ninguna fuga (no importa adónde) que no sea un retorno, no sé si me explico.

Por todo ello, pienso que lo de ‘tránsfugas’ no se usa por lo que significa stricto sensu, sino en sustitución de alguna expresión insultante extraída del nutrido repertorio del viejo heteropatriarcado (¡oh, ah!), algo del tipo «esa panda de hijos de puta que administran el Gobierno y a mí no me ofrecen ni una puta dirección general», locución que sin duda refleja con mayor fidelidad lo que bulle por la mente de estos pretendidos seres de luz; pero que, de ser proferida en público y no solamente pensada en privado, enrarecería no poco la vida política del Viejo Reino de Murcia, por lo que en esta contención debemos mostrarnos agradecidos a estas almas bellas.

Con todo y convencido como estoy de que este trajín del 'Gobierno de los tránsfugas' no pasa de ser un insulto malamente embridado, no deja de producirme cierta melancolía ver en este afán tan sin fuste a ese resto de lo que fuera Ciudadanos, porque alguno habrá entre ellos de provecho. Queda por ahí una ingeniero, por ejemplo, que brilló como concejala del PP, fue también la firme voz de este mismo Gobierno que ahora denigra y llegó a exhibir un entusiasmo insólito en la campaña que llevó a San Esteban a Pedro Ambrosio, o como quiera que se llamara el muchacho aquel tan campechano de Puerto Lumbreras, que mira que se partió el cobre la ingeniero en esa campaña, como no lo vieran ni los más viejos del lugar.

Pero bueno, no lloverá mucho antes de que nada de esto importe; porque los rencores, los fracasos, la gloria, el ridículo y todo lo habrá borrado el tiempo, tal y como borró los nombres del muchacho de Puerto Lumbreras o el del socialista que arrambló con los muebles de su despacho oficial; porque, al final, todo es olvido.