En 1960 había unos 3.000 millones de seres humanos sobre el planeta. Hoy somos 7.700 millones y se calcula que en el año 2100 se puede alcanzar la cifra de 11.000 millones. Es decir, en menos de un siglo y medio casi se habrá cuadruplicado la población mundial. Una auténtica plaga. Sin ponernos apocalípticos -si llega el apocalipsis ya nos enteraremos, pero no seamos agoreros porque viviremos agonizando antes de extinguirnos-, sí hemos de hacer frente a los problemas que, de no resolverse, nos pueden conducir al desastre. Debemos afrontar cuestiones como el cambio climático, la sostenibilidad de las actividades humanas, la erradicación del hambre, el pleno empleo, acortar la brecha de la desigualdad, de las desigualdades -entre Norte y Sur, pobres y ricos, hombres y mujeres, desempleados y ocupados, propietarios y desposeídos y otras muchas-, por ir citando unas cuantas cuestiones candentes. Tenemos conciencia de que es imprescindible abordarlas, nos va en ello nuestra supervivencia como especie. Se precisa con urgencia una convergencia justa entre lo público y lo privado para producir el necesario cambio de rumbo de un tren que avanza imparable y para cuya locomotora haría falta un maquinista solvente que la dirija. La situación del Mar Menor, además de ser una lamentable realidad, muy bien podría ser una metáfora planetaria.