Está más que comprobado que la cultura y viajar nos curan de muchas cosas, incluso de los rancios localismos y hasta de las conocidas rivalidades entre las poblaciones vecinas. El caso es que este fin de semana, por mediación de la Universidad Popular de Cartagena (UP), inmersa todo este año en la Conmemoración del 40 Aniversario de su Refundación, en el Campo de Cartagena se produce un milagro: un hermanamiento cultural entre las localidades vecinas de Pozo Estrecho y La Palma que, junto a La Aparecida y La Puebla, van a compartir un histórico programa de actos culturales y festivos en torno a la Tradición y Cultura Popular. Los tiempos han cambiado, sin duda, desde que en aquellos años del franquismo, los jóvenes de ambos pueblos se peleaban desde cada lado de la vía del tren, toda una frontera para muchas generaciones de galileos y palmesanos.

Nada nuevo bajo el sol, así ha sido la eterna disputa entre localidades y pueblos vecinos: Madrid/Barcelona, Sevilla/Málaga, Sabadell/Terrassa, Cádiz/Jerez, Gijón/Oviedo, Reus/Tarragona, Pontevedra/Vigo, y un largo etc. Por supuesto no se me olvida la rivalidad entre Cartagena y Murcia, a la que alguna vez volveré a dedicarle algún artículo. Estos piques también son comunes entre países, entre equipos de fútbol y, por supuesto, entre los pueblos pequeños y las aldeas. En realidad, yo creo que es una costumbre atávica y muy aldeana, que viene a afectar a los más parecidos, que ya sabemos que los polos opuestos se atraen y los iguales se repelen, así que cuantas más cosas en común tenemos más nos empeñamos en buscar las pequeñas diferencias para subrayar la propia identidad o individualidad. Ahí están todos esos que se empeñan en distinguir los michirones cartageneros de los michirones murcianos, una batalla que olvida que «en todos lados cuecen habas» (en otras partes de España también hacen estos guisos, como en otros países del mundo, por cierto).

Decía que el viajar, como la lectura, todo lo cura, así que puede haber influido que el Grupo Folclórico Ciudad de Cartagena de la Palma o la Banda de la Sociedad Artístico Musical Santa Cecilia de Pozo Estrecho, ya hayan viajado mucho por toda España y por otros países de Europa, el caso es que las nuevas generaciones ya no caen en enfrentamientos como el de Villatripas de Arriba y Villatripas de Abajo, que nos cantaba Javier Krahe. Por eso ha sido posible organizar conjuntamente este ambicioso programa cultural, auspiciado por la UP, basado sobre todo en la convivencia y el compartir de unos pueblos con más de 500 años de historia, unidos por su nacimiento en torno a sendos pozos de la misma vereda de la Mesta (Pozo Estrecho y Pozo La Palma) que, después de pasar por Pozo Algar, terminaba en torno al monasterio medieval de San Ginés de la Jara, donde se celebraba la Feria de Ganados de Cartagena y unas fiestas populares y religiosas que atraían a gentes de toda la Comarca y de otras lejanas localidades como Andalucía.

Es posible saborear un buen vino, sea de Ribera del Duero o de Jumilla, un buen cuadro, sea abstracto o figurativo e, igualmente, cualquier buena manifestación cultural, esté conectada con el legado tradicional o con la experimentación más contemporánea. Por eso, las Jornadas de Tradición y Cultura Popular de este fin de semana nada tienen que ver con dar la espalda a la modernidad, sino todo lo contrario. Cada día es más evidente que para seguir creciendo hacia las nubes, el árbol no puede renegar de sus raíces. Es cierto que es totalmente falso aquello de «cualquier tiempo pasado fue mejor», que ya lo decían los antiguos griegos, que se quejaban de que la juventud ya no tenía respeto por los mayores y todos esos tópicos que se han repetido durante milenios. La modernidad nos ha traído muchos avances, comodidades y liberación, pero también nuevas esclavitudes y algunos retrocesos, por eso, en nuestra época, no hay nada más avanzado y progresista que frenar un poco, parar la marcha vertiginosa en la que estamos inmersos y, en algunas cosas (en algunas, ojo) volver la mirada a ciertas tradiciones a las que hoy día se les puede hacer una relectura, sobre todo si tienen que ver con el entorno, el medio ambiente, lo rural, localidades más humanas y sostenibles y, sobre todo, con algo tan mediterráneo como el convivir y compartir con los vecinos. 

Hace tiempo que nos quejamos de la soledad y la infelicidad crecientes en muchas personas de nuestras ciudades, por muy conectadas que estén con internet o con las televisiones. Hace tiempo que vemos el creciente aumento de la agresividad en las redes antisociales y de ello es fiel ejemplo las malas formas y los insultos de nuestros representantes políticos en los parlamentos. El de al lado se ve como un competidor a batir y el otro se ve como un enemigo al que hay que vencer, expulsar, aniquilar y borrar. Estos días se han hecho públicos los preocupantes datos de las enfermedades mentales, así como los muy terribles del aumento de suicidios.

La cura siempre nos ha venido a través del diálogo y el encuentro, de las reuniones en torno al fuego y a la mesa, compartiendo historias, versos, juegos y canciones, en torno al ágora, debatiendo juntos sobre cómo hacer un mundo más habitable, en las plaza del pueblo, en la fiesta compartida, en las comidas de hermandad, en las salidas a disfrutar de la naturaleza, en la compañía respetuosa de los animales de nuestro entorno… 

Los avances de la química y la medicina siguen siendo muy necesarios, pero nos fuimos del campo a los arrabales de la ciudad y perdimos nuestra libertad y mucha salud, por eso hoy día hay un renacer de la vuelta al campo (no para sobre explotarlo), una vuelta a la preocupación por un entorno que hemos abandonado (SOS Mar Menor) y sin el cual vamos de cabeza al desastre. 

Otro mundo sólo es posible si caemos en la cuenta que otro modo de vida está a nuestro alcance. No se trata de volver al pasado, sino de ver que el futuro pasa, entre otras cosas, por desterrar la deshumanización o los plásticos, por volver a las fibras como el esparto y a la naturaleza en general. Quién sabe, al precio que va la electricidad, si al final no nos vamos a ver obligados a restaurar nuestros antiguos molinos de viento para generar energía. Como nuevos ricos, hemos despreciado nuestra cultura rural tanto como las viejas recetas de cocina mediterránea de nuestras madres y abuelas, pero hemos terminado atiborrándonos de comida basura y así estamos todos, inflados de grasa y colesterol.

Que en estos días podamos asistir a un cruce de versos improvisados a cargo de los troveros tradicionales del Campo de Cartagena con los nuevos poetas del rap urbano es sólo un ejemplo de por dónde tenemos que caminar y de las muchas actividades musicales, teatrales, festivas o gastronómicas de esta Feria de las Tradiciones, una oportunidad de reencontrarnos a medio camino entre las ramas y las raíces, tal como hicieron Carmen Conde, Antonio Oliver Belmás o Miguel Hernández, unos adelantados a su tiempo.