Hay empresas que usan un algoritmo para contratar y despedir a empleados. Sin ir más lejos, una multinacional de software echó a 150 de sus 450 trabajadores hace unos meses. Su director general, un ruso que se apellida Agapitov (no es guasa, aunque lo parezca), dijo que no estaba de acuerdo con el criterio utilizado y que muchos de los que había puesto de patitas en la calle eran buenos trabajadores. Sin embargo, la junta de accionistas había aprobado ese criterio y ya sabemos que quien paga manda.

Una fórmula matemática, inmisericorde con los matices humanos, es quien decide tu futuro. Amazon también es proclive a esa práctica. Su jefazo, Jeff Bezos, declaró que las decisiones estratégicas deben ser tomadas por humanos y que, para las cotidianas, una máquina es suficiente. Tu futuro es un asunto mundano. Pienso en esta tendencia el día que voy a comprar ropa deportiva. No encuentro mi talla, tampoco el modelo de zapatillas, pero resulta imposible consultar algo con el escasísimo personal que por ahí pulula. Los pocos que hay están concentrados en la zona de las cajas y, como si de una crónica de una muerte laboral anunciada se tratara, supervisan a los clientes sobre cómo usar la máquina autocobro. El mundo al revés, pero el mundo que viene.

El músico y actor Javier Gurruchaga compartió con los lectores de El País una entrevista en la que repitió varias veces que «la vida va en serio». No lo hizo en tono jocoso, cabaretero o canalla. Pareció un hombre exhausto y acongojado. Habló de la soledad que ha sentido durante estos meses. Del excesivo tiempo que ha pasado sin hablar con nadie y del miedo que ha sentido. Qué tiempos aquellos en los que cantaba y gesticulaba su Viaje con nosotros.

Han subido los suicidios entre la población adolescente. En concreto, un 30%. Han aumentado las consultas a abogados y a notarios sobre cómo retirar la legítima a los hijos. Parece que muchos progenitores quieren replantearse si es justo y, sobre todo, si les apetece que sus vástagos, aquellos de quienes esperaron en vano una mínima atención durante la pandemia, se queden con una parte de sus bienes. No quiero ni imaginar la decepción al esperar que alguien por quien darías tu vida pase olímpicamente de ti, pero ahí están los datos que anuncian la tendencia.

Una cadena de supermercados ha anunciado que abrirá cajas para que las personas que se sienten solas puedan hablar. El plan es ir a comprar un kilo de lentejas y, mientras te cobran, aprovechar para contar lo amarga que es la vida, lo sola que una se siente y la amenaza que supone el miedo. Vamos, lo que se hacía en los comercios de barrio de toda la vida, pero con algo más de marketing.

Las señales están ahí. Solo hay que verlas e interpretarlas. Son elementos que parecen inconexos, pero que adquieren todo el sentido cuando se miran con perspectiva: tareas excesivamente tecnificadas, soledad, pandemia, falta de recursos, escasez de vínculos, pocas relaciones emocionales, desaparición de espacios de convivencia… Esas son algunas de las señales de alarma que deberíamos tener en cuenta para ponerle remedio desde las políticas públicas al grave problema de la soledad. Mientras tanto, anhelo que no haya algoritmo que despida a las cajeras conversadoras.