Esta canción de Los Beatles, modificada por mí, pero en la realidad dirigida a una desconocida llamada Lucy, aunque se dijo que era una alusión al LSD (por ser esta la palabra que resulta al juntar las iniciales del título auténtico de la canción) y al efecto de las drogas…siempre me ha parecido una descripción breve, pero poéticamente exacta, del cuadro El cielo estrellado, de Van Gogh.

Pintado en junio de 1889, justo después del famoso ataque suicida en que Vincent se corta la oreja, El cielo estrellado representa la vista desde la ventana orientada al este de su habitación del asilo en Saint-Rémy-de-Provence, allí se ve una noche oscura, pero explosivamente estrellada, justo antes del amanecer. 

Efectivamente, Van Gogh ingresa al sanatorio y aunque le habilitan una habitación especial para pintar en el piso bajo, es desde la ventana con barrotes de su dormitorio, en el segundo piso, donde encuentra las imágenes que quiere representar. En sus cartas a su hermano relata cómo se extasía con la huella benéfica del sol sobre los campos y se agita con la noche llena de estrellas. Parece que toma nota de estas vistas en humildes dibujos a carboncillo o lápiz que luego pasa a coloridos cuadros al óleo.

Por supuesto se ha escrito mucho sobre este cuadro que está en el MOMA desde 1941, y del que se han dado todo tipo de interpretaciones. Llaman la atención los cipreses de la izquierda del cuadro que enmarcan la composición, tradicionalmente considerados árboles funerarios, que unen la tierra con el cielo. También hay que destacar la profusión de grandes estrellas junto con la luna. Estas estrellas parecen girar sobre sus propios ejes, a merced de un viento de plata, también representado, en el que algunos han visto los efectos del ‘mistral’, ese viento enigmático de la Provenza que se dice acabó de volver loco al pintor. 

Lo interesante para mí es que cada estrella tiene su propio valor, Van Gogh se resiste a la habitual representación jerárquica del cielo nocturno. Incluso, en su cuadro, la representación de Venus es casi igual de grande que la luna. Esto se ve también en otros cuadros nocturnos del pintor.

Poco después de su llegada a Arlés en febrero de 1888, Van Gogh le escribió a Theo: «Necesito una noche estrellada con cipreses o tal vez sobre un campo de trigo maduro; aquí hay algunas noches realmente hermosas». Por esa misma época también escribió a su amigo el pintor Emile Bernard: «Un cielo estrellado es algo que me gustaría intentar hacer, al igual que durante el día intentaré pintar un prado verde salpicado de dientes de león». Para él las estrellas eran como puntos en un mapa, formando un trayecto, un viaje, todas igual de importantes.

Actualmente se está hablando mucho de la cuñada de Van Gogh, Johanna Van Gogh Bonger, la mujer de su querido hermano Theo. Esta mujer que al perder a su marido seis meses después de la muerte de Vincent se encontró viuda con un bebé de poco más de un año y muchas (unas 450) pinturas y dibujos originales de su cuñado, unas obras que supuestamente no valían nada.

Es asombroso que, con ella, la historia trágica de los Van Gogh diese un espectacular vuelco de guion: que la sífilis, que supuestamente acabó con su marido, no se le contagiase; que su único hijo, Vincent William, no muriese en la infancia, como era entonces tan común, que no acabase suicidándose o muriendo en la más absoluta pobreza…Al contrario, ella hizo suyas las promesas de su marido a su hermano, creyó, contra toda evidencia, en la obra de Van Gogh, que era, por cierto, su único patrimonio. Y de toda esta desgracia, de la árida porción de vida que le había sido asignada, consiguió hacer fortuna.

Es verdad que era una mujer preparada intelectualmente, que aprendió mucho del oficio marchante de su marido, Theo, y que fue muy activa en la promoción del arte de su cuñado. No es que vinieran a buscar su arte, fue ella la que buscó apoyos, encontró clientes y organizó exposiciones, lo que hace que su mérito solo sea mayor. Y si, además, sabemos que fue ella la que recopiló por primera vez la correspondencia de los dos hermanos, que logró publicarla con un prólogo suyo, y la que ordenó el traslado del cadáver de su marido, que murió en Holanda, hasta la tumba de Vincent, en Auvers-sur-Oise, para que ambos hermanos reposaran juntos, solo podemos concluir que era una mujer, no solo de una extraordinaria inteligencia, sino también de gran delicadeza.

Curiosamente, hay gente a quien le molesta la reivindicación de su figura, que con el tiempo y la investigación va afirmándose cada vez como más importante. Se han publicado ya sus diarios, aunque no en español, en los que cuenta cómo luchó por promover el arte de Van Gogh, y seguramente serán una aportación esencial para entender el impacto y el giro crítico que sufrió la valoración del artista. También gracias a ella, que mantuvo en su poder algunas de las mejores obras del artista y cuidó tan celosamente toda su producción, incluso la menor, existe la colección que ha dado lugar al Museo del pintor en Ámsterdam. Parece ser, y no es de extrañar, que ya hay algunas biografías escritas sobre ella.

Creo que el hecho indudable de que Vincent Van Gogh fuese un genio no le quita nada de mérito a ella, al contrario. Al igual que tampoco a Theo, que siempre creyó en su hermano, a pesar de todos sus dramas y percances, y que le apoyó con todas sus fuerzas vitales, económicas e intelectuales hasta el final. 

En la noche estremecida que pintó Van Gogh hay estrellas para todos.