Joaquín Salmerón, arqueólogo y director del Servicio de Museos de Cieza | Una pregunta sencilla entre amigos: ¿Qué guardarías de la Región de Murcia para la posteridad en una cápsula del tiempo? Las respuestas han sido rápidas y bastante sorprendentes, en muchos casos. Todos tenemos algo de nuestro entorno que no nos gustaría perder, necesariamente no ha de ser algo actual, también sirven los recuerdos y las huellas del pasado, aquello que conocemos y quisiéramos poder compartir con las generaciones venideras. Vamos a ir llenando, cada martes, nuestra muy elástica cápsula hasta que ya no quepan más cosicas. 

A tan solo cinco kilómetros de Cieza, el paisaje agreste de la Sierra de Ascoy atesora uno de los vestigios más interesantes de nuestro pasado remoto, los abrigos con pinturas rupestres del Barranco de los Grajos, descubiertas en 1962 por parte del grupo de espeleología GECA de la OJE. Algunas de ellas cuentan con una antigüedad en torno a 8.000 años, concretamente las del abrigo I que Joaquín Salmerón nos ha indicado que guardemos en su nombre.

Estos abrigos neolíticos eran utilizados por las sociedades cazadoras-recolectoras como santuarios, próximos a los lugares de asentamiento poblacional, siempre cercanos a fuentes o pozas de agua, perfectamente ubicados, por enclave y orientación, como oteros abiertos a espacios donde observar las posibles presas. En los alrededores de Cieza encontramos algunos de estos abrigos en parajes de gran belleza y singularidad, especialmente impactantes son la Cueva del Arco o la de la Serreta, en el incomparable Cañón de Almadenes.

Las pinturas naturalistas-levantinas del panel principal del abrigo I representan, con los característicos trazos esquemáticos y un gran dinamismo, una escena donde unas cincuenta figuras estilizadas de hombres y mujeres, perfectamente identificables por los atributos masculinos en ellos y las acampanadas faldas de las féminas, danzan de forma ritual en torno a lo que pudiera ser un árbol y junto a algunas piezas de caza, jabalíes, cabras y ciervos. Según palabras del propio Salmerón, «nos hace pensar que estamos ante algún tipo de tributo a la fertilidad».

Este mural es de un tamaño considerable, 2,10 metros de largo por 0,40 de alto, pintado en tintas planas con tonos predominantemente rojos, por la utilización de pigmentos de óxido de hierro o almagre, con algunos trazos en negro obtenido por carbón machacado. Para fijar estos pigmentos a la piedra eran aglutinados con sustancias orgánicas como grasas animales, yema de huevo o miel, entre otras.

Podríamos considerar, por la abundancia de figuras y la complejidad de la escena, que estamos frente a la composición más relevante de esta tipología de pinturas en toda Europa occidental.

Existe un segundo panel enfrentado a este, igualmente con figuras humanas, aunque desgraciadamente su mal estado de conservación no ha permitido apreciar la escena representada.

Durante siglos el espacio fue reutilizado por diferentes pobladores, hasta época romana, repintando las escenas, con fines evidentemente rituales, e incluso incorporando otras pinturas de estilo esquemático, cuyo simbolismo es de difícil interpretación.

Curiosamente lo que durante miles de años ha permanecido hasta llegar como un precioso legado hasta nuestros días, siendo el conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1998; en los últimos años, y aun tras haber sido el espacio protegido con rejas, ha sufrido actos vandálicos que han provocado daños irreparables en ellas. Guardemos bien en nuestra cápsula esta joya de nuestra Región.