Llevamos consumidos ya una quinta parte del siglo XXI y la administración pública sigue anclada en el XX, ni tan siquiera a finales, sino lo que es peor, a mediados.

Siguen existiendo oposiciones, las más numerosas a un cuerpo, el de Auxiliares Administrativos, que ya no tiene sentido que existan, sino el Cuerpo General Administrativo; siguen saliendo en los Boletines Oficiales temarios caducos, trasnochados y barrocos para cubrir plazas técnicas que en nada tiene que ver con su trabajo; seguimos dejando escapar talento y conocimiento a raudales por el patio trasero de la jubilación, pero, sobre todo, seguimos apostando por una administración que está a años luz de la sociedad.

Las bolsas de empleo público apuestan muchas de ellas por la cantidad a la calidad, la propia estructura administrativa es obsoleta y desproporcionada, donde se premia ‘colocar’ a gente antes que hacerla eficaz y eficiente.

Para que se hagan una idea, la consejería de Empleo, que ostenta una de las personas expulsadas de Ciudadanos, que en su programa electoral exigían eliminar altos cargos, chiringuitos les llamaban, tiene cerca de veinte cargos públicos de rango superior o igual a subdirector, la media de cada departamento ronda entre diecisiete y veinte cargos designados a dedo, sin contar Consorcios, Fundaciones, etc.

Si tenemos en cuenta que hay nueve consejerías, pero son diez las personas que tienen rango de consejero, más el presidente, es fácil hacerse una idea del conglomerado existente, y eso que somos una Comunidad autónoma uniprovincial.

El número de liberados sindicales dependientes de la función pública, unos ocho, si no recuerdo mal, en el conjunto de la administración regional, concluye también con números muy similares.

Una estructura así es técnicamente improductiva e imposible de mantener. La administración pública, en vez de simplificarse, sigue extendiendo sus telares clientelares, convirtiendo muchas veces los procedimientos en caminos tortuosos y eternos. Es tal la descoordinación que existen algunas direcciones generales incluso sin apenas trabajadores y sin estructura.

La sociedad en su conjunto no puede seguir manteniendo una organización decimonónica, cambiando pantallas y ordenadores pero con procesos presenciales y rocosos, donde a veces las propias competencias se entrecruzan ante la amalgama de direcciones generales, ofreciendo problemas en vez de soluciones.

Hemos enviado una especie de todoterreno a Marte, hay ya vuelos espaciales turísticos y hasta cinematográficos, la gente va con sus móviles y tabletas recorriendo el mundo, y nosotros, aquí, seguimos sacando número en algunas oficinas como si estuviéramos en la pescadería de Mercadona, y le pedimos a un opositor a celador que se aprenda la normativa europea, la ley de contratos, la ley de procedimiento administrativo, la ley general de sanidad, la de autonomía del paciente y hasta la normativa en materia de personal estatutario tanto regional como estatal, todo menos saber si vale para un trabajo para el que hay que valer y mucho.

Y aquí estamos, en 2021 y subiendo.