Tremendo para una madre que se relee mensualmente Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo de Chimamanda Ngozi Adichie ver a sus hijos jugando a la oca y escuchar lo siguiente de boca de su niña: «Tiras tú, machote». ¿Cómo que machote? ¿Qué clase de lenguaje es ese? «Lo he oído por ahí. Pensaba que significaba niño. ¿Es una palabrota?» No, no es un taco, sino algo peor. Un concepto felizmente extinguido, un residuo tóxico verbal. Una palabra que se llevó el viento del nuevo siglo y que no he añorado porque cualquier situación que lo contenga, «dale ahí machote, ole tus huevos», me provoca rechazo y repelús. Incluso miedo.

Una decadente forma de decir que tuvo su momento y su gracia, como Torrente, el brazo tonto de la ley. Hasta que Torrente dejó de ser una película risible para convertirse en todo un partido político en el Congreso y una corriente de pensamiento (o de falta de raciocinio) en defensa de cualquier tipo de involución, incluida la necesidad de expresarse de manera insultante y resucitar conceptos periclitados que ofenden a personas, al buen juicio y a la propia bondad. Qué precioso término en desuso es periclitado.

«Machote es una palabra periclitada, quiere decir que ya no se emplea. En este caso porque quiere definir una serie de características que antes se asociaban a la masculinidad, o sea, a los chicos, y ahora no», le digo a la cría, que está muy harta de sermones y quiere seguir jugando. «Pues te toca, bro, perdedor».

Hay palabras demodé que no pensaba volver a escuchar, y menos empleadas como armas de erosión de una sociedad integradora y respetuosa con las diferencias de las personas. En efecto, la mala gente tiene libertad de expresión: toca aguantarse. «Sidosos», gritaron los manifestantes vestidos de nazis que recorrieron el barrio madrileño de Chueca hace unas semanas, en una infausta reunión calificada de ejemplar por la delegada del Gobierno socialista de esa Comunidad. Ese vocablo caduco cargado de mala leche y de connotaciones negativas contra un colectivo concreto es una rémora y una pedrada contra los oídos de cualquier demócrata. «Marica», vociferaban asimismo, compartiendo grito de guerra con las últimas manadas protagonistas de palizas mortales a jóvenes. Vuelve el peor vocabulario, en una suerte de nostalgia de la incorrección política.

Desentierran terminología zombi contra la convivencia, una reacción contra los derechos conquistados. Retornan conceptos retrógrados enarbolados como complementos de moda, en lo que supone la reivindicación de la falta de imaginación y la falta de respeto al prójimo. Se lleva ser faltón, violento e infame como quien se pone una riñonera; se defiende la pertenencia al fascismo como una tribu urbana cualquiera. Hay palabras que estaban muy bien exterminadas, y otras que pensábamos que habían sido merecidamente extinguidas en un significado concreto y resulta que no, pues aparecen incluso en la Constitución definiendo a un importante segmento de la población. Es el caso de ‘disminuidos’ para referirse a las personas con alguna discapacidad. Un término chirriante y peyorativo cuya sustitución acaba de proponerse, de momento sin consenso. El PP se ha negado porque considera que tocar la Carta Magna en este punto puede abrir la puerta a debates sobre otras rémoras como el machismo en la sucesión al trono, o sobre la integridad territorial.

Efectiviwander, una birria de argumento.