Y no me refiero con ello a algunas de las islas e islotes que salpican la laguna y que cuentan los geólogos que se trata del fruto de erupciones de hace nada menos que ocho millones de años.

Quiero decir que el estado del Mar Menor, fruto de la torpeza humana y no de lo imprevisible del subsuelo de La Palma, lleva el mismo camino destructivo que está trayendo tanto sufrimiento a los palmeros.

Cumbre Vieja ha dejado con lo puesto a familias enteras que han visto cómo desaparecían engullidas por la lava sus viviendas, todos los enseres y las plataneras de las que obtenían su sustento.

La ceniza, que cubre buena parte de las explotaciones agrarias, y lo imprevisible de la situación también ha ennegrecido las expectativas del resto de los habitantes, agobiados por la incertidumbre de si serán ellos los siguientes en perderlo todo. El turismo, la segunda fuente de ingresos, se muestra reacio a desembarcar en un territorio inestable de temblores de tierra y donde las comunicaciones aéreas dependen del capricho de los vientos que empujan a un lado u otro las nubes de gases y materiales en suspensión.

El Mar Menor ya está provocando efectos igualmente demoledores dado su estado crítico, la extensión nacional y europea de las informaciones que hablan de degradación y abandono y la inacción de las Administraciones que proyectan rencillas en vez de diligencia para ejecutar acciones reparadoras.

La turbidez de las aguas y la mortandad de peces y vegetación han espantado este verano a muchos turistas que han tachado de sus agendas por muchos años el planteamiento de regresar hasta sus playas. 

Los vecinos permanentes y los dueños de segundas viviendas asomadas a la laguna ven como el valor de sus inmuebles se degrada tan rápido como las aguas en las que dejaban de verse los pies.

Los agricultores del campo de Cartagena, profesionales preocupados por el impacto en el entorno de sus explotaciones, que los hay aunque la publicidad se la lleven los otros, atisban que sus producciones empiezan a toparse con la nueva cultura medioambiental de las grandes cadenas de distribución que no desean asociar su marca a la imagen del deterioro de un paraje natural.

El turismo, la agricultura, los vecinos, todo y todos están abocados a quedar sepultados y asfixiados por el cieno, la clorofila y la anoxia de las aguas y las riberas del Mar Menor. Parecido al volcán de La Palma.