Ultimando estaba el Estiaje para hoy cuando vi el sábado la noticia del fallecimiento de Francisco Sánchez Bautista, y no pude por menos que aparcarlo y ponerme a pergeñar siquiera unas líneas (por apresuradas que puedan resultar) de homenaje al poeta y persona de humildad y hondura inusitadas, de proverbial afabilidad y bonhomía, a quien tan bien cumplían las palabras del Retrato de su querido Antonio Machado: «Mi verso brota de manantial sereno; / y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, / soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. / [...] corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; / mas no amo los afeites de la actual cosmética,/ ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar», donde él seguro habría cambiado Ronsard por Garcilaso, Fray Luis o —más atrás— Horacio, Virgilio, Tibulo o Propercio. Empezando estoy cuando me llama la siempre atentísima Dionisia García, y me cuenta que quiso hablarle por teléfono el viernes, pero no pudo porque —le dijo su hija María Antonia— «estaba ya muy sedado».

Atesoro las buenas palabras que muchas veces me dijo sobre mis propios versos, que siempre entendí dictadas por la sabiduría de su edad y el común aprecio por la irrenunciable música del verso, en la que siempre insistía: «El que se mete a escribir versos sin saber métrica se las ve y se las desea —decía— porque la poesía en eso es como la música, si no tiene su ritmo, su armonía, su medida, no se graba en el lector». Hablábamos de pie, junto a las mesas de novedades de Expo-libro, donde cada mediodía solía pasarme largos ratos al terminar las clases en la Facultad. Y recuerdo bien cómo se sonreía para sí cuando, charlando sobre Fray Luis, Garcilaso, el Arcipreste, Unamuno, Machado o Juan Ramón, me adivinaba ya atrapado por sus obras.

Termino con unas palabras que en Memorias desde la Arcadia —el documental que Primitivo Pérez y José Antonio Postigo realizaron sobre su vida y obra en 2007— dice sobre él Francisco Jarauta: «La poesía está pautada sobre ese perfil del alma del poeta, y en Paco eso es evidente. Si algo a mí también me ha fascinado, algo que comparto como ideal moral de la vida, es que la distancia entre el interior de una persona y el exterior sea lo más pequeña posible. Si se produce el milagro de que el interior y el exterior estén uno junto al otro, ese es un momento maravilloso. Y detectamos esa circunstancia en pocas personas; ¿por qué tal persona me atrae, por qué me parece admirable, por qué me acerco a él con aquella confianza…? Y es porque intuimos que hay algo verdadero».