Nada como las fuerzas desatadas de la naturaleza para tomar conciencia de nuestra debilidad y de nuestra insignificancia. Nada como un desastre natural para poner a prueba la solidez de nuestras instituciones, la sensibilidad de nuestros políticos y la capacidad para domeñar las lentitudes geológicas de nuestras burocracias. La destrucción que se ha enseñoreado de la vida y haciendas de muchos habitantes de La Palma se convierte en una singular piedra de toque. A quien lo ha perdido todo solo le sirve una solución que le permita tener pronto una vivienda digna, en la que ya nunca más van a estar los recuerdos que la lava sepultó, y con la que poder disponer de un modo y nivel de vida que no desmerezca de lo que tenía antes de la erupción volcánica. Que a lo que la lava le ha quitado no se añada un calvario para empezar de nuevo. He ahí la tarea del Estado. Si está a la altura del reto, podemos dar por bien empleados nuestros impuestos.