Todos estamos de acuerdo en que el calor veraniego de este año, e incluso el del comienzo del otoño, es sencillamente invivible. La Región de Murcia arde en grados centígrados cada vez con mayor intensidad. En los valles de la región, el calor está además acompañado de una sensación térmica tropical rotunda y desagradable, con el sudor empapando los cuerpos desde que te levantas hasta que te acuestas para procurar dormir en el seno de unas noches tropicales cada vez más frecuentes.

Pero si pensamos que esto es calor, preparen las mentes y los cuerpos para los escenarios del inmediato futuro que predicen los modelos del cambio climático. Las medias de temperatura anual hacia arriba en más de dos grados en menos de veinte años, hacia los tres grados centígrados rozando la década de los cincuenta, y a saber qué locura de termómetros en el final de siglo. Ahí sí que nuestros hijos y nietos tendrán razón si piensan que sus ancestros fueron bien flojos quejándose por nada.

De modo que si alguien quiere una demostración del cambio climático, que piense en el verano murciano. Que se recree en la sensación ardiente del sol en el cuerpo, en la nulidad del cambio de temperatura cuando te mueves del sol a la sombra, en el sudor pegajoso desde ya finales de mayo cuando recoges a los críos del cole. 

Aunque quizás el calor se soporta ¿cierto? No en vano tras la rueda y el fuego la humanidad inventó el aire acondicionado. Pero lo que ya nuestra economía no soportará mucho será la cada vez mayor sequía, la mayor frecuencia de inundaciones catastróficas que se llevan por delante las infraestructuras o el avance del desierto a modo de una hidra voraz que avanza imparable de sur a norte.

Por eso es evidente que ya tardamos en reaccionar. La transición hacia una economía baja en carbono es la única opción para parar esto. O al menos para que el avance no sea tan desbocado y tener más tiempo para preparar mejor nuestros sistemas, nuestras sociedades y nuestros modos de producción a las nuevas condiciones. No hay otro modo de hacerlo. Carbono cero (o casi cero) o grados cien (o más de cien). Las soluciones y las políticas están ya sobre la mesa, y se llaman electrificación, hidrógeno verde con cabeza, cierre mundial de plantas térmicas, fomento del autoconsumo, economía circular, y tantos otros conceptos que ya están maduros y a los que solo le falta que la clase política y los sectores económicos mundiales terminen de creer en ellos.

Tal vez lo único esperanzador sea observar cómo, al menos en las sociedades más desarrolladas, la conciencia sobre el problema del cambio climático va calando en serio en la población. Quién nos iba a decir hace unos cuantos años que las elecciones en un país como Alemania la transición energética iba a ser un pilar decisivo del debate y la decisión de voto. Igual hay futuro.