Ya son ganas, en los tiempos que corren, de seguir con el deseo de mantener una pareja por el pazguato capricho del costumbrismo para además contar con un amante en la retaguardia. Fatiga crónica me da sólo de pensarlo. Un amante como alternativa, como salvavidas, un aliviador de asfixia con función paliativa. Antídoto para la tristeza y la monotonía. Un amante que funcione como el paracetamol ante el dolor de cabeza, aún sabiendo que desaparecerá el síntoma momentáneamente pero no resolverá el problema.

¿Por qué buscamos cortejo ajeno en nuestros desvelos mientras a nuestro lado duerme quien se presupone que es la mejor compañía, la elegida? Le otorgamos a un tercero el papel del que espera, del que no juzgará nunca nuestros actos ni censura un ápice de locura. Y no, nadie necesita a un cuidador anónimo que aguarda en la sombra esperando una llamada. Así sucede, nos convertimos en amantes cuando pasamos a ser la duda de alguien.

Demasiado peligroso, hermana. Debería ser impermisible ser la duda de nadie; porque la duda se acumula en el cuerpo, se convierte en insomnio, en nostalgia y nudos en la garganta. Se transforma en error, en deuda, tornando a insatisfacción. Por experiencia te lo digo... Hasta que un día, la duda abre el candado para que se instale la tristeza, y todas sabemos que la tristeza mata. Con la duda no es posible convivir, menos aún si es la de una traición endemoniada. La que nos derrota, porque ya sabemos que si un día el que convive bajo tu techo comienza a llegar más tarde, distraído y hasta nervioso, cuando la pasión brilla por su ausencia pero nadie se queja ni pone solución, ya no valen pataletas.

Es de manual: donde las dan las toman y te acabas de convertir en la coronada de la película. De cada uno depende soportar el ‘pesao’ de la llama constante. Yo digo que la alternativa es, cuanto menos, complicada. Se necesita algo de lo que carezco, buena memoria y mucho tiempo libre, que luego se van las horas en recomponer los trocitos del desastre y se ha de ser meticuloso. Porque para sentirse desplazada, como para la muerte, nadie nos prepara.

Ya lo cantó La Piquer en La Otra, y a nada tener derecho por no llevar un anillo con una fecha por dentro... Yo digo NO a ser la amante de nadie; digo NO a que otro nadie sea el mío, y desde el lecho de Procusto, a los que una vez lo fueron, les deseo que siempre les vaya bien, pero no mejor que a mí.