Por el bien de todos es urgente que la mayoría de catalanes vaya recuperando, si no el pretencioso seny, algo de su viejo estilo o al menos el sentido común vulgar. Un pedazo-país como Catalunya no se puede permitir semejante sangría de imagen, prestigio y respetabilidad. Estos días hemos podido ver la penosa estampa del culto babeante de la elite independentista en Alghero (Cerdeña) a un personaje de tan poco fuste y fiabilidad como Puigdemont, alardeando de sus últimas picardías. Nunca hubiéramos podido imaginar semejante beatería en un país en el que tanto ha florecido el libre pensamiento. Pero al mismo tiempo hemos presenciado los penosos macrobotellones consentidos por la Policía en Barcelona, con la tasa de vacunados muy lejos allí de las regiones que se han tomado en serio el asunto. Sería triste admitir que antes de su lamentable caída habíamos idealizado a Catalunya.