De los autores de la invasión de los pasos de cebra y del esperpéntico picoesquina en medio de la carretera llegan ahora las vergonzosas lenguas de asfalto sobre la acera.

La actualidad se centra en los grandes sucesos y acontecimientos, como la terrible y temible erupción del volcán de La Palma o las riadas que tantos daños han causado. En el ámbito local, también hemos abordado cuestiones de gran calado esta semana, como el desbloqueo de la ZAL en Los Camachos o el inminente inicio de las obras de remodelación del paseo del muelle para crear la nueva Plaza Mayor. A ver si en ambos casos se trata de la definitiva. No olvidamos, por supuesto, a nuestro Mar Menor, con la promesa del comisario europeo de aportar soluciones y, sobre todo, millones, que no se equivoquen, además de en las culpas, la pelea está en quién pone el dinero para arreglar el tremendo estropicio.

LAS PEQUEÑAS COSAS DE CARTAGENA

Son grandes y multimillonarios proyectos y retos que afrontar y que copan las noticias de portada. Nuestra Cartagena lleva varias décadas embarcada en iniciativas de relevancia y es innegable que ha experimentado una gran transformación, para convertirse en un referente del Mediterráneo. Así lo prueba el incremento constante en las escalas de cruceros y el auge del turismo, que parece empezar a recuperarse, con permiso de la pandemia. El Teatro Romano, la rehabilitación del Palacio Consistorial, el nuevo Museo del Foro Romano, la peatonalización del casco histórico y muchos otros proyectos han enriquecido y embellecido nuestra urbe en los últimos años, hasta asombrar a los foráneos y a muchos cartageneros ausentes que han regresado y han sido testigos del cambio.

Sin embargo, nuestra ciudad, como casi todas en el mundo, también tiene sus vergüenzas y no hay que alejarse mucho de la zona supuestamente noble para comprobarlo. Hay calles muy cerca del eje turístico donde el abandono y la desidia nos comen por los pies. Y seguro que si preguntamos a los residentes de barrios y diputaciones se lamentarán de que podrían estar infinitamente mejor, por decirlo suavemente.

Debemos tener en cuenta que los recursos de las Administraciones son limitados y puede que hasta escasos. Los gobernantes han de hacer malabarismos para llegar a todo y a todos y, probablemente, sea imposible tener a todo el mundo contento. Además, errar es de humanos y es normal cometer fallos garrafales a la hora de acometer un proyecto o de decidir si una inversión tiene un destino u otro. Nos corresponde a nosotros evaluar esta gestión y actuar en consecuencia cuando acudamos a nuestra cita con las urnas.

El abandono y la desidia pocas veces tienen justificación, pero es una realidad que está ahí, en nuestras calles, también en nuestras vidas cotidianas y aprendemos a vivir con ello y a tratar de superarnos cada día. Otra cosa bien distinta es hacer las cosas mal porque sí, porque no hay ganas de complicarse la vida o porque es más sencillo tirar por la calle de en medio para avanzar, sin importar qué y cómo queda lo que se deja atrás.

Soy plenamente consciente de que la invasión de una calle de Los Dolores con un paso de cebra tras otro y que el picoesquina que se metía y obstaculizaba el paso de los coches en la nueva avenida del Cantón son minucias, meras anécdotas ante una realidad más rimbombante y grandilocuente, más trágica, más influyente y más espectacular y atractiva. Sé que denunciar un pequeño trabajo mal terminado puede sonar ridículo cuando miles de palmeros ven como la lava de un volcán engulle sus recuerdos y sus vidas. Pero no me resisto a lamentarme de las vergonzosas lenguas de asfalto que se adentran, deformes e irregulares, sobre la acera frente a dos pasos de cebra de un tramo de la calle Ramón y Cajal. Se supone que el asfaltado de una vía cumple dos objetivos. El primero y más importante es mejorar el firme para que los vehículos circulen de forma segura. El segundo es una cuestión estética, ya que la calle luce más nueva y limpia. El problema está cuando te cruzas frente a una chapuza, que quizá no sea monumental, pero que salta a la vista y que te arranca una sonrisa que transmite una mezcla de ironía e indignación.

La calle Ramón y Cajal o calle 18 no está en el centro histórico ni suelen transitarla turistas, pero todos sabemos que no es precisamente un callejón oscuro y abandonado, sino una de las principales arterias y la más larga de Cartagena, además der que en ella se ubican el Museo Arqueológico Municipal y El Corte Inglés. El asfaltado del que les hablo se hizo en el tramo entre la avenida Reina Victoria y el Paseo Alfonso XIII, aunque las lenguas de asfalto se han comido la acera únicamente frente a los pasos de cebra del tramo entre Pintor Balaca y Jiménez de la Espada. El acabado irregular sobre las losas es tan lamentablemente llamativo que lo lleva a uno a buscar una explicación. Quizá se deba a que trataron de nivelar la acera con la carretera para que fuera accesible en silla de ruedas. En cualquier caso, se trata de una obra nueva, que debe contemplar estos contratiempos y solucionarlos de una forma razonable y no con el desastre estético de una zona por donde pasan a diario miles de peatones. Mal por los ejecutores y por los responsables del trabajo y mal por el Ayuntamiento como supervisor de los mismos, que ya tarda en exigir una rectificación, si es que no lo ha hecho aún.

Insisto en que es una minucia frente a los muchos y más graves problemas de nuestra Cartagena y sé que son muchos los pequeños desperfectos más o menos vergonzosos y vergonzantes con los que nos podemos topar en un paseo. No seré yo quien niegue que somos esa gran ciudad que conquistó a carthagineses y a romanos. La cuestión es que podríamos ser enormes, pero para eso, deberíamos empezar por cuidar los detalles, las cosas pequeñas, aunque sean tan aparentemente nimias e intrascendentes como el asfaltado de una calle.

«Tenemos que hacer las pequeñas cosas inolvidables», dijo Steve Jobs, que fundó la compañía Apple con unos amigos en un garaje. No hace falta mucho para ser auténticamente grandes, gigantes, basta con cuidar lo que tenemos, que no es solo nuestro, es patrimonio de toda la humanidad y como tal debemos de mantenerlo y mejorarlo, aunque no nos lo reconozcan con una burocrática distinción. Empecemos por asfaltar como Dios manda.