La escena sería de ficción si no estuviéramos en España: unas mujeres entran en pánico, muy comprensiblemente, cuando el hongo de humo volcánico brota en medio del campo, cerca de la finca en la que están, y se pone a disparar bombas de lava en todas direcciones. Gritan las señoras, como es natural, y se movilizan para salir de ahí poniendo pies en polvorosa, esta vez de forma literal, pero entonces se oye la voz grumosa y honda de un hombre que responde, lleno de pachorra y un punto de fastidio, que todavía hay tiempo para comer.

Lo primero es lo primero. La frase se convierte en un clásico instantáneo que podrá emplearse ante cualquier situación de urgencia, como cuando alguien se desmaya y hay que llamar a la ambulancia, o en el incendio de una casa, incluso para responder a los requerimientos apremiantes que a veces nos hace la Agencia Tributaria. En el vídeo que corre por las redes no podemos ver al señor, pero tampoco es necesario, porque todos tenemos padre, o vecino, o espejo, y disponemos en nuestra retina cultural del arquetipo que encaja con el mensaje y la voz. Para mí, el señor lleva una camisa de manga corta abierta hasta el ombligo, tiene los dedos grasientos de picotear el choricito del aperitivo y usa gafas de sol ahumadas.

La voz que dice «hay tiempo para comer» cuando la tierra se abre y vomita fuego es la voz de España. Una voz que no solo se resiste a la prisa y el peligro, al magma telúrico en dispersión, sino que también se planta en formación tortuga ante el rodillo estandarizante de la globalización. Esa voz, como una pequeña aldea gala, nos recuerda dónde estamos y cuáles son los límites simbólicos del imperio. Todo lo que el cine de catástrofes estadounidense nos ha enseñado, desde lo que aconteció en el pueblo llamado Dante’s Peak hasta el cráter abierto en medio de Los Ángeles en Volcano, palidece y se desbarata cuando el espíritu de Berlanga le asesta un folclórico cachiporrazo de realidad. En la película española sobre volcanes en erupción, la tensión dramática gira en torno al deseo de un hombre de terminarse un escacho con queso asado, y el conflicto estalla entre dos señoras acojonadas y él.

También ha salido Reyes Maroto, la ministra de Turismo, a decir que el volcán es un prodigio de la naturaleza y que con esto se puede abrir un nuevo guirifundio. La gente tuitera se le ha tirado al cuello, chillándole que no es el momento de decir estas cosas, pero yo me pregunto si es que pretenden esperar a que la lava se solidifique y se convierta en malpaís, mucho menos atractivo. Por supuesto que es el momento: somos un país turístico y esta vez la infraestructura se ha construido sola. Hay gente que ha tenido que huir de su casa, con las posesiones perdidas y los esfuerzos de toda una vida echados a perder bajo una lengua de piedra fundida, pero dar ayudas rápidas y generosas a estas personas no quita para que conservemos el carácter fenicio. Como el señor que no se levanta de la mesa ni aunque caiga un asteroide en la silla contigua, nosotros hemos de seguir ordeñando extranjeros gracias a la nueva atracción que nos ofrece Dios.

Un volcán en erupción es una cosa bonita de ver, pavorosa e increíble, como las olas de la Costa Brava o el zapateao de los tablaos del barrio de Triana. En las lenguas de lava se pueden construir barbacoas y raro será que un inglés, de los que tanto gustan de achicharrarse al sol en agosto, no se tire de cabeza al cráter iniciando la tradición del volcaning, que suprima la del balconing. Una vez que se asegure la zona, puede construirse además un resort, con aguas termales y campo de golf con siete hoyos humeantes.

Ahora solo queda una forma de rentabilizar la explosión, también españolísima, y es politizarla y convertirla en el pretexto para arrearnos palos en los parlamentos y las barras de bar. Pero estoy seguro de que, de la misma forma que el magma presionó (sin prisa pero sin pausa) desde la corteza hasta que los gases y piroclastos brotaron de esa olla de fondue, los spin doctors de los partidos políticos llevan horas trabajando para que el poder destructivo de la erupción acabe siendo culpa de la izquierda, la derecha, los nacionalistas o el calentamiento global. ¡Y les quedará tiempo para comer!