No es honrado ni legítimo discriminar entre unos odios y otros para combatir esa actitud dañina humanamente. El odio, en cambio, sí es selectivo. El odio detecta, señala y combate, en general, a lo que ve minoritario y diferente. El odio quiere eliminar a lo que odia. Y a quien odia. El combate contra el odio no debe querer eliminar sino al mismo odio. Los usos sexuales alternativos a la heterosexualidad, hasta ahora hegemónica, las etnias distintas, las religiones ajenas, etcétera, son motivo de odio. Combatir el odio no se debe hacer con odio. ¿Para qué pretender eliminar el odio poniendo en su lugar otro odio?

El antiodio tiene que ser amor, reeducación, enseñanza, pedagogía, templanza, convencimiento, y, sí, llegado el caso, punición legal. Pero el antiodio tiende con mucha fuerza a convertirse en lo que odia: otro odio triunfante, aunque con otra causa. Sustituir a un odio por otro es perder la batalla y la guerra a un mismo tiempo. Y ello creyendo que se ha ganado.

Ante todo, las fuerzas antiodio deben detectar los odios actuantes. Los colectivos LGTBI son objeto de odio, activo y pasivo. Hay que combatir los dos. Con las leyes, claro, pero también con la disuasión. Y, al mismo tiempo, hay que combatir el odio racista, el religioso, y el ideológico; este último es el que más se autolegitima. Y a todos los odios a la vez, enunciándolos explícitamente en cualquier ley que pretenda hacer frente verdaderamente al odio. 

Excluir odios en este combate social es injusto, es inicuo y es contraproducente. Es lanzar el mensaje social de que «es justo combatir este odio, pero ese otro odio no, o cualquier otro. Sólo es justo combatir ese odio que decimos quienes hacemos la ley. Los demás odios, sobre todo el mío, son buenos». Es antidemocrático manifestarse selectivo a la hora de cercar y combatir el odio.

En España se odia al que se identifica como facha, y se le persigue; como antaño al rojo. En España se odia al que no es nacionalista en las periferias hispanas. Y se ha matado a alguien por llevar unos tirantes con la bandera de España. En España, se odia a los policías, sobre todo por parte de mucha gente de sentido extremo ideológico social-comunista. No sólo hay odio hacia los colectivos LGTBI, que lo hay, y mucho. Hay odio ideológico, y hay mucho también. 

No es legítimo pensar que sólo mi odio es el bueno, pensar que es un deber social odiar lo que yo odio. Y no hay nada más que hablar. Hay que combatir el odio de los demás, no el odio mío, que es el odio bueno. No cabe mayor error, si aceptamos ese prejuicio, disfrazado de análisis.

Si se analiza sin prejuicio, ése y no otro, fue el mensaje cristiano; aunque siempre se entendiera mal.