Días atrás, el alcalde de Madrid se gustó en una amplia entrevista con El País, tanto que acabó anunciando que, de darse las condiciones, le gustaría presentar la candidatura de la ciudad a los Juegos Olímpicos. El recorrido obtenido por la proclama «made in relaxing cup of café con leche» es perfectamente descriptible. La razón: Ayuso está otra vez aquí.

La respuesta a unas declaraciones aleccionadas desde Génova para desviar la atención sobre el plan de Miguel Ángel Rodríguez a fin de agarrar el mango del partido en la capital vino por boca de Esperanza desde El Mundo, claro: «En el sector de Almeida hay algunos niñatos intoxicando con tonterías», lo que obligó al sin par García Egea a entrar al volapié: «En lo que sí estoy de acuerdo con ella es en que lo que nos destrozó en Madrid fue la corrupción». Da igual reconocer con cierto agrado la suciedad sobre el propio tejado con tal de que las fatiguitas bajen de graduación. Ya, pero ¡qué ha dicho! La brunete mediática de este lado se lanzó a degüello, con Losantos abriendo comitiva: «Casado se divorcia del pepé, hoy rendidamente ayusista, para sobrevivir solo. Iluso». Lo que nadie puede decir de esta batería de plumas es que se ande con chiquitas.

La perturbación se barrunta de tal calibre que poetas de convicciones alejadas a las que se dilucidan como Benjamín Prado son incapaces de resistirse al verso libre: «Pablo Casado tiembla y dice que está bailando». No es el único que lo percibe. Barones regentes en Galicia, Andalucía, Murcia andan temiéndose lo peor. Que la actuación del dúo Pimpinela extreme el medio ambiente y salpique el interior, las instituciones y a la afición. Aprovechando sus contactos periféricos, Ximo Puig también quiso prevenir antes de que curar: «Es bueno que España se refleje como es y es muy diversa, mientras que el centralismo hace mucho daño al desarrollo de todo un país. Yo creo que se ha constatado que fuera de Madrid hay vida, incluso inteligente». No sé. Habría que especificar.