Que Dios escribe derecho con renglones torcidos, o que algunas veces las cosas se van poniendo poco a poco en su lugar, de una forma que nunca hubieras pensado, es una verdad como un piano. Pero hace poco he conocido una historia muy chula, sorprendente pero real, de cómo se alinean los planetas para algunas personas. Probablemente conocerás la historia, yo la acabo de conocer ahora, ya sabes mi nula capacidad para retener quién se ha casado, o ha tenido un hijo, o quién se ha separado. Pero esta historia me ha parecido muy interesante y se me ha quedado.

Al igual que muchos gemelos, dos hermanos nacieron con unas condiciones muy diferentes. Uno de ellos se había alimentado durante el embarazo más que el otro, que de hecho era tan pequeño, que no se supo de su existencia hasta un poco antes del parto. El más grande era robusto y sano, mientras que el menor, de milagro consiguió sobrevivir al parto. A duras penas y contra todo pronóstico salió adelante.

Fueron creciendo, el menor con innumerables limitaciones, y el mayor animando y apoyando a su hermano en todo lo que hacía. Me ha encantado, de todas las anécdotas que cuenta, la de cómo le animó a lanzar un tiro a la canasta, porque nadie podía hacerlo por él. Es justo lo que le digo a mis hijos: lo que no hagáis vosotros, se quedará sin hacer. Es emocionante escuchar la historia contada por el hermano menor. Cómo se sintió poderoso con aquellas palabras de su hermano, a pesar de que sus limitaciones complicaban mucho el lanzamiento. Y cómo fue aplicando esa filosofía a otros campos: nadie, si no lo hacía él, podía estudiar por él, trabajar en las limitaciones de su cuerpo si no lo hacía él, y así con todo.

Cuenta también lo difícil que fue, a medida que fue creciendo, salir de la burbuja de su casa, donde era uno más y no tenía discapacidad alguna, o eso creía él, e ir descubriendo cómo en el mundo exterior sí que era distinto.

La vida, enormemente dificultosa, del hermano menor, motivaron al mayor a estudiar ingeniería bioquímica. Algo que le posibilitara idear una cura para su hermano y para otras personas que padecen lo mismo. Ocurrió que estando en la universidad, se presentó a un concurso de guapos, y lo ganó. Normal con esas hechuras que Dios le ha dado. De ahí pasó a un casting, a una serie, a muchas pelis y a hacerse mundialmente famoso.

Mientras tanto, la vida complicada pero tranquila del hermano menor seguía como siempre. Hasta que el mayor, en una entrevista, soltó la bomba de que su hermano tenía parálisis cerebral. El menor cuenta cómo se cabreó cuando su hermano aireó a los cuatro vientos aquello que él trataba de disimular con tanto esfuerzo, pero cómo aquel bofetón de realidad lo puso en su sitio, y a partir de ahí empezó a ser él mismo. Una persona afectada de parálisis cerebral, sin miedo y sin disfraz.

Poco a poco empezó a hablar sobre parálisis cerebral a niños que también la padecían. Gracias al atrevimiento de su hermano, podía contar su historia de superación a través del altavoz que da la fama a ese nivel, y como venía muy bien esa posición, también se convirtió en el portavoz de una de las asociaciones más numerosas de parálisis cerebral de América, un colectivo casi siempre invisible.

Ese giro del destino hizo que su vida no se limitara a ser la de una persona desvalida y anónima, si no que le puso rostro a tantas personas que hacen frente dignamente a unas dificultades que le pueden tocar a cualquiera.

La historia es la de los hermanos Ashton y Michael Kutcher. No me digas que no es bonita.