Cuando Messi mira a izquierda y derecha y ve en su nuevo equipo, el PSG, a Neymar y Mbappé, cree que ha hecho el mejor negocio de su vida: jugar en un club que podrá aspirar a todo en cualquier competición en la que participe.

De modo que cuando se marchó sin combatir cree que tomó la decisión acertada por mucho que le costase. Se fue y ha hecho el negocio de su vida. Porque actualmente su principal propósito no es ganar más dinero del que ganaba, sino ganar más títulos, sumar récords que nadie pueda batir, cuando él abandone el fútbol. Un nuevo balón de oro, por ejemplo, más éxitos con la selección argentina ahora que todo va bien con ella. Ganar una nueva Copa de Europa con el PSG. En fin, tener futuro, no solo pasado. Y para eso necesita gente de alto valor a su lado.

Dejar al Barca fue un gran acierto, porque un gran jugador como él sabe perfectamente cuando el ciclo de un equipo está acabado. Y el del Barça lo estaba. Esa fue la principal razón de su marcha y no otra. Esa y que pese a su decisión de continuar -pasara lo que pasara- le pusieron la zancadilla y le mandaron a París para restablecer en los posible la economía del club.

Messi se marchó como perdedor, no como ganador, no como el mejor jugador del Barça a lo largo de todos los tiempos. Se lo tiene que agradecer al mentiroso de Laporta y al excéntrico de Bertomeu, que con su loca manera de llevar la economía del club, lo sumió en la ruina.

Si a eso se le añaden buenas dosis de independentismo de algunos de los directivos, no es extraño que Messi comentase en voz baja a algunos de sus compañeros más próximos «¿y si de verdad llega la independencia, contra quién jugaremos? ¿Ante el Lleida, el Tarragona o el Girona?

Entre eso y la desastrosa política económica de sus directivos el equipo está como buena parte de Cataluña: pidiendo oxigeno.

El Barça es a día de hoy un club vulnerable. Ha perdido todo su halo competitivo y parece que su viejo lema ‘Más que un club’, ahora debería ser ‘Un club cualquiera’. Porque para remate se ha desprendido de otra de sus joyas, Antoine Griezmann, para que el resto de jugadores puedan cobrar a final de mes su sueldo, aunque sea con una rebaja considerable.

A esto ha llegado el Barcelona. Y por eso, viéndole Messi jugar por TV ante el Bayern de Múnich, el reciente partido de Copa de Europa en el que los azulgranas perdieron en casa por 0-3, se le cayeron las lagrimas. Sigue teniendo un enorme cariño por los colores de un club al que ama profundamente, es el club de su vida. Lo era y sigue siéndolo.

Porque el Barça fue el que le formó, el que le hizo hombre. El que lo lanzó a la fama mundial.

Cuando se largó del Barça no fue para ver cómo el club de sus amores se hundía de esa manera en la Copa de Europa. Pero su marcha y la de Griezmann ha sido una montaña rusa para el resto de los jugadores.

Han perdido los referentes sobre los que estaba asentado el club y los refuerzos que han llegado no les llegan ni a la suela de los zapatos. El equipo juega a no se sabe qué con un entrenador que está enfrentado al presidente Laporta, que no le garantiza su continuidad y discute sus decisiones técnicas.

Dicho de otro modo, no hay presidente, ni hay un buen entrenador y parece que no hay equipo. Aunque en esto del mundo del fútbol es mejor no afirmar nada, porque todo cambia de la noche a la mañana.

Aunque Piqué, que no se muerde nunca la lengua, lo dejó dicho muy claro al final del partido con el Bayern. «Esto es lo que hay. Esto es lo que tenemos. Y con esto hemos de tirar para adelante».

¿Dónde están los violinistas del Barça? ¿Dónde está la garra del Barça? ¿Dónde está su juego fluido y armonioso? ¿Dónde su clase y pegada? ¿En qué ha quedado este nuevo Barcelona? ¿En un equipo vulgar, como tantos otros en la liga española?

Así lo percibieron los jugadores alemanes del Bayern tras enfrentarse al Barca en el último partido de la Copa de Europa. Nunca les resultó más fácil batirlos. Ni siquiera cuando le metieron 8 goles con Messi presente en los cuartos de la Copa de Europa de hace dos años.

Hay lo que hay. Y el Barça hoy por hoy ya no es un equipo temible para ningún rival. Todo parece indicar que la cuesta arriba será un Himalaya para un equipo acostumbrado a ganar por donde pasaba.

Pero eso a Messi, de verdad, no le gusta nada.