Esta semana han pasado muchas cosas, como el espectáculo turbador de una mesa de negociación hecha añicos, pero también nuevos motivos para el desapego de España, en forma de continuas formas de represión judicial, pero también la evidencia de un Govern y de unas fuerzas independentistas que renuevan aquella histórica máxima de Andreotti en la que los compañeros de partido (o de coalición) están en lo alto de la cima donde habitan los enemigos. Esta semana, y ya me perdonarán el cambio de registro, también ha perdido el Barça. Hay derrotas simbólicas, derrotas dolorosas, inesperados derrumbes, catastróficas derrotas. Y, después, está lo que ocurrió el martes contra el Bayern. Una derrota anunciada y resignada, sin lágrimas y sin futuro, sin dramatismo, con el sometimiento tedioso de quien sabe que la llegada del hado es un hecho inevitable. Lo dijo Piqué: «Es lo que hay; ahora somos lo que somos». Mientras le escuchaba, después del encuentro, pensaba que el central hablaba de fútbol, pero, de hecho, sabía que en realidad estaba analizando el presente. La desesperación nace de las expectativas frustradas. La melancolía, menos trágica, más asumida, se instala lentamente como el tinte triste de la niebla.