En los últimos años la comunidad científica viene señalando que el principal problema medioambiental al que nos enfrentamos los seres humanos es el cambio climático. Aunque aún quedan voces que intentan banalizar este fenómeno, es unánime que es un problema que ya está condicionando el modo de vida en el planeta. Cada año los fenómenos atmosféricos son más frecuentes y virulentos: huracanes y tormentas cada vez más fuertes, gotas frías en el Mediterráneo especialmente dañinas, periodos muy prolongados de sequía, deshielo de glaciares, entre otros muchos.  

Pero este no es el único desafío ambiental al que debemos enfrentarnos. La pérdida de biodiversidad, la desforestación o la contaminación de las aguas son algunos de ellos. 

En nuestro planeta todo está relacionado. La reciente pandemia mundial es un ejemplo de ello. Provenga de donde provenga el virus, no será la única que se desate en un futuro. El deshielo de la tundra, uno de los hábitats más sensibles del mundo, puede liberar, a juicio de los investigadores, virus y bacterias que están ‘secuestrados’ en el hielo desde hace milenios.

Estos problemas ambientales afectan de manera especial a la vida de las mujeres, sobre todo a las que habitan en zonas del planeta más golpeadas por sus efectos. En estas zonas las mujeres llevan a cabo funciones muy definidas: generalmente son las que recorren kilómetros para la recolección del agua, del combustible y del forraje para uso doméstico, además de ocuparse de vigilar los cultivos y las fuentes de agua. Por lo tanto son, junto a los menores y ancianos, un colectivo especialmente vulnerable a los efectos que los fenómenos naturales tienen sobre el medio.

El reconocimiento de lo que las mujeres pueden ofrecer a la supervivencia y el desarrollo de la vida en la Tierra sigue siendo limitado ya que, en la mayoría de las sociedades actuales, persisten las desigualdades y las mujeres se encuentran con serias dificultades para ser escuchadas y consideradas a la hora de tomar decisiones.

La biodiversidad se define como la variedad de organismos vivos que habitan el planeta y los complejos ecológicos de los que forman parte. Las actividades humanas son, en la actualidad, la principal causa de la pérdida de biodiversidad. Esto es especialmente evidente en los sistemas agrícolas, donde solo 150 variedades de plantas sirven de alimento a la mayoría de los seres humanos. 

Para muchas mujeres, la diversidad biológica es el pilar de su trabajo, de sus creencias y de su supervivencia, por lo que su conservación resulta de vital importancia. En este sentido hacer a las mujeres partícipes en los programas de conservación y toma de decisiones para conservar los recursos naturales y garantizar su supervivencia y la del planeta resulta de vital importancia.

El vínculo ancestral entre las mujeres y la naturaleza se remonta a la edad de piedra, las funciones y tareas de la mujer en las comunidades de cazadores-recolectores estaban directamente vinculadas a la diversidad biológica, y su condición y bienestar determinados por el medio ambiente natural. Tal vez por esta razón las mujeres seguimos ligadas a través de un cordón invisible a la Tierra y a las criaturas que la habitan. 

No es de extrañar que muchas de las iniciativas ambientales a favor de la conservación de los ecosistemas y de las especies estén lideradas por mujeres. Entre las más conocidas podemos nombrar a Rachel Carson, quien en su obra La primavera silenciosa señaló los devastadores efectos que el DDT y otros pesticidas tenían sobre los ecosistemas, o aWangariMaathai, fundadora del Movimiento Cinturón Verde, y Jane Goodall, primatóloga y defensora de los derechos de los animales, en particular de los grandes simios.

Pero son muchas más las que trabajan a favor de la diversidad, fundamentalmente en los lugares más vulnerables del planeta. Un ejemplo conocido es el Movimiento Chipko, en la India, que se inspiró en una lucha que ocurrió en la India hace más de trescientos años y que tenía a una mujer como líder. En aquella época, integrantes de las comunidades Bishnoi y Rajasthan sacrificaron sus vidas al intentar salvar los árboles sagrados khjri, abrazándolos. En la década del 70, el movimiento Chipko, integrado sobre todo por mujeres, realizó acciones de resistencia de forma parecida: abrazando árboles para resistir las acciones de grupos de madereros. El movimiento utilizó entre otras cosas un poema compuesto en aquella época que decía: «Abraza nuestros árboles, sálvalos de su caída. El dominio de nuestras montañas, sálvalo de la depredación».

Este movimiento, además, mostró la importancia del feminismo como componente en la lucha por la conservación de los bosques, en la lucha por la ecología.

En 1998, para incorporar los puntos de vista de las mujeres de un modo más sistemático tanto en los foros locales como en los mundiales que analizan la diversidad biológica, se creó la red internacional DiverseWomenforDiversity. Esta red trata de movilizar una campaña mundial de mujeres en torno a la diversidad  biológica, la diversidad cultural y la seguridad alimentaria, y expresa sus opiniones acerca de la globalización, la ingeniería genética y el acto de patentar formas de vida.

El Convenio de Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica, que entró en vigor el 29 de diciembre de 1993, reconoce la función decisiva que desempeña la mujer en la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica y afirma la necesidad de la plena participación de la mujer en todos los niveles de la formulación y ejecución de políticas encaminadas a su conservación. En este sentido, a pesar de que existen muchos ejemplos en los que la perspectiva de género se incorpora en estas iniciativas, es necesario un esfuerzo para lograr la participación plena y activa en los procesos de conservación y en la toma de decisiones. Y para ello es prioritario tener en cuenta los principios de justicia social e igualdad. 

Porque el futuro del planeta y de quienes lo habitamos es cosa de todas y de todos.