Este mundo es lo peor. Entiendo que pocas profesiones colman el ego como la política, que está razonablemente bien pagada para la capacitación profesional de muchos de los que se dedican a ella, que otorga poder, responsabilidad, diversión y, sobre todo, permite que un militante del pueblo más recóndito de cualquiera de las Españas crea que está en disposición de conspirar para derrocar al presidente del Gobierno cambiando al secretario de Organización de una agrupación de cuatro militantes.

La política es como una droga, o quizás es el protagonismo lo que se convierte en sustancia tóxica y adictiva. Es difícil pasar de que le hagan a uno la pelota por ser concejal de Deportes o presidente del Gobierno a ver que, en contra de todo pronóstico, el mundo sigue girando cuando uno deja de pertenecer a él.

Lo peor de la política son los castillos en el aire, que a su vez son esencialmente todo su sustento. El ahora no suele servir para absolutamente nada, lo que convierte a los políticos y su entorno en una suerte de Alicia en el País de las Maravillas con ese famoso pasaje en el que la Reina le recuerda cada día a Alicia que le dará mermelada ayer y mañana, pero nunca hoy.

El entorno institucional es algo parecido a eso, en el que las aspiraciones nunca quedan colmadas atrapadas en un entorno dividido entre que cualquier tiempo pasado fue mejor y ojalá el futuro depare por fin la gloria que uno espera. Y la perdición de los políticos, algunos tan mediocres que da vergüenza ajena compartir nacionalidad con ellos, y otros tan brillantes que ojalá nunca se cansen de servir a esta gran nación que es España; es pensar, al unísono, que siempre es el siguiente escalón el que satisfacerá sus anhelos.

Pero la realidad tiende a ser más tozuda. Cuando uno es concejal siempre aspira a ser alcalde, que para algo es el protagonista. Cuando consigue serlo se da cuenta de que sus competencias y repercusión son limitadas, y entonces quiere ser presidente autonómico. Cuando llega ve que la región está bien, pero no abre telediarios nacionales ni ostenta el mayor número de aplausos. Si consigue la presidencia del Gobierno verá que en realidad España no es tan importante en el mundo y en la UE apenas le hacen caso, así que mejor presidir la Comisión Europea. Al llegar a Bruselas será consciente que en realidad no tiene fuerza política para hacer prácticamente nada, y entonces se acordará de cuánto pudo hacer en cualquiera de las etapas anteriores y qué poco lo valoraba entonces.

La política es en líneas generales condición humana, y la condición humana no tiene por qué ser racional ni justa, ni por supuesto siempre los mejores ganan ni desde luego siempre los peores pierden. Ser político es una profesión, circunstancial o perpetua, pero en último término un trabajo en el que se odia al jefe tanto como en cualquier otro, hay un compañero que nadie entiende cómo ha ascendido ni por qué, hay becarios que deberían ser presidentes y hay otros que resulta asombroso comprender cómo han aprobado el graduado escolar sin ayuda profesional.

En fin, todo esto para decir que, a pesar de todo lo que se sufre en este mundo cruel en el que es imposible estar satisfecho, uno puede ganar unas elecciones para su partido por primera vez en veinte años y dos años después salir por la puerta de atrás con una moción de censura en medio en la que ni siquiera ha sido candidato.

Pobre Diego Conesa, con lo contento que estaba en Alhama. Qué injusta es la vida esta a la que llaman politica. Quizás mañana vaya mejor, o tal vez fuera ayer. Pero, desde luego, cuando nunca va bien es siempre hoy.