Diego Conesa tira la toalla. Y es lo mejor que podía hacer. A estas alturas del partido estaba amortizado como líder del PSOE; ya lo advertí el pasado día 5: «Conesa amortizado, Veracruz varada y Vélez al quite», y poco más quedaría por añadir. La novedad es que él mismo se ha percatado de su situación y ha decidido actuar en consecuencia.

Su renuncia a optar a un segundo mandato en la dirección socialista es un sarpullido más de los muchos que, tanto en el ámbito regional como en el nacional, ha venido provocando en escala la fallida moción de censura contra el Gobierno del PP. Dice Perogrullo que las mociones de censura se ganan o se pierden; si se ganan, se ganan, y si se pierden, estás perdido. Este último es el caso.

Conesa ha sido un líder socialista de mérito. Ganó unas primarias, vale que por los pelos, siendo un casi absoluto desconocido para una parte de la organización socialista, frente a una líder con arraigo orgánico y amplia experiencia política como María González. Después, ganó las elecciones autonómicas por primera vez en más de dos décadas, y elevó el porcentaje de votos del PSOE por encima de la cota desmayada de anteriores convocatorias.

Son datos incontestables, pero tienen sus intríngulis. Para ganar a María González contó con el apoyo expreso del aparato de Pedro Sánchez en Ferraz, que incluso tuvo que recurrir a un tercero en discordia, Francisco Lucas, para que derivara sus apoyos en beneficio del favorito. Y ganó al PP en las autonómicas, sí, pero en un contexto en que concurrieron ciertas variables que indirectamente contribuyeron a elevarlo. Una, el auge de Vox, que restaba a los populares; dos, la candidatura del expresidente Alberto Garre que, aunque no obtuvo el suficiente respaldo para alcanzar representación, sustrajo de la bolsa del PP otro notable manantial de votos; tres, el pequeño núcleo socialdemócrata de Cs que había huido de ese partido a causa de las andanzas de Albert Rivera regresó al redil; y cuatro, la figura del candidato del PP, López Miras, que venía de robote de la grave crisis interna de ese partido a consecuencia de los casos de corrupción, no levantaba pasiones.

Toda esta amalgama de circunstancias externas al PSOE más un Pedro Sánchez desde las alturas que por entonces gozaba del estado de gracia, y el hecho, digámoslo en favor de Conesa, de oficiar éste como líder moderado que parecía mirar más a una alianza postelectoral con Cs que con Podemos (una señal providencial en una Región que parece estructuralmente de derechas), obraron el milagro.

Pero la imagen de Conesa no pudo librarse de la impresión generalizada acerca de que no era él quien dirigía el partido, sino un hombre más que a la sombra, al sol: José Vélez, verdadero factotum de la actual mayoría, y su brazo armado, Jordi Arce. Además, el nuevo líder no supo administrar su victoria desde la que debiera haber practicado una sincera política de integración, y antepuso la disciplina del partido a la razón práctica al expulsar a la totalidad del Grupo Socialista del Ayuntamiento de Cartagena, dejando a su partido fuera de la Corporación durante cuatro años para entregarlo a la facción menos conectada con la sociedad cartagenera. A éste sucedieron otros gestos expeditivos bien conocidos contra adversarios internos de difícil explicación.

Conesa ha vivido los dos primeros años de la legislatura de la nostalgia de ser el ganador de las elecciones sin poder gobernar, y había iniciado el segundo tramo con la nostalgia de que los ‘tránsfugas’ de Cs le habían impedido restituir esa anomalía. Pero ya en la propia moción había renunciado a ser el presidente, cosa extraña en el ganador de unas elecciones que dispone de diecisiete escaños frente a los seis que teóricamente disponía el Grupo de sus socios de Cs. El fiasco de la operación constituyó la puntilla, agravado todo por las explicaciones al comité regional de su partido, en que vino a tranferir la responsabilidad de lo sucedido al que a esas alturas se había convertido en ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, y por tanto mano derecha de Sánchez. Mal tino.

La crisis del Mar Menor, el peor acontecimiento de la historia reciente de la Región, imputable a ojos vistas a quienes gobiernan la Comunidad desde hace veintiséis años, sucedió en un momento en que el líder de la oposición se encontraba él mismo colapsado, amortizado y puesto en cuestión, no solo por sus tuteladores en esta Comunidad sino por el aparato central. No debe haberle costado mucho trabajo a José Vélez y al hombre de guardia en la sede central de Ferraz, Santos Cerdá, convencer a Conesa de que debía dar un paso atrás, o hacerle el vacío para que él mismo comprendiera que debía darlo sin indicación directa alguna.

Está claro que una decisión así no se toma sin prever el día después. Y las opciones dejan poco lugar a dudas: Vélez debe tenerlo todo atado y bien atado, y probablemente esté decidido a ocupar él mismo la secretaría general para despejar después la incógnita de quién sera el candidato o candidata a la presidencia. También está claro que María González no va a jugar ahora la baza del liderazgo, atrapada como está en su ‘año de prácticas’ para afianzar la plaza de educadora obtenida en unas recientes oposiciones. El nuevo liderazgo institucional del PSOE debiera salir, en teoría, de su nutrida cantera de alcaldes, aunque el problema es que no todos están en sintonía total con el aparato que dirige Vélez. Ya se puede empezar a descartar a la aguileña Mari Carmen Moreno («que no, que no y que no»), que es a la que más se apela, al de Murcia y al de Lorca, por distintas razones en cada caso. Los que quieren no pueden ser, y los que podrían ser no quieren. Ufff...