Parece que fue ayer cuando llegaba septiembre y Murcia tornaba a música. Venía cargado de reencuentros, de ganas y abrazos, de esos abrazos que difícilmente volverán. Nuestro cuerpo ha sido expulsado de esa celebración como nos han apartado de la caricia o del beso. Tiempos nuevos, tiempos modernos, donde no se nos permite ensalzar la coincidencia, porque la dicha de que alguien nos espere a pie de escenario se ha desvanecido. Nos han quitado de un plumazo nuestro Lemon Pop, el Festival de la alegría y la exaltación que aparece cuando el verano se despide. El Lemon era mi festival. 

Durante más de veinte años, de una manera u otra he formado parte de él. Daba igual un backstage, una promo o alisar el camino de la banda invitada. Ha sido la historia de nuestras noches, la casa que construimos, el hogar feliz de una familia que lucha unida cuyo fin no era más que demostrar, difundir y favorecer nuevas formas de expresión artísticas sin más contemplación que la del respeto por la música.

Una Dana y una pandemia han sido las culpables de no celebrar las bodas de plata, pero la mención total que nos ha sorprendido tirando por tierra una edición más que estudiada y segura, no ha sido otra que la zancadilla de nuestros mandatarios, los mismos que hasta el último segundo nos han hecho creer que sería posible. 

Y yo, ¿qué quieren que les diga? Ando agotada para más juicios morales; cansada de escribir señalando a responsables de lo que acontece, aún convencida de la existencia de manos que, desde su oscuridad, manejan hilos embastados en otras que ejercen de ponzoñosas. Gentes de paso, enemigos de la cultura a la que desprecian y pisan si no les llena el bolsillo. No saben qué es romanticismo, querencia y pasión, porque lo único que los mueve al paripé es pillar cacho . Ya no más mundo ya no más sueños. Sólo delirios y espejismos; patadas en el estómago de la erudición de manera, cuánto menos, indecente. Semanas intentando acuerdos para nada, aquí impera la ley del más fuerte, del que apoya con dinero. Pero no todo vale, somos muchos los que hemos prestado nuestras manos de manera altruista durante más de dos décadas, movidos por la ilusión. Poderoso caballero el que poseen y con el que pretenden la continuación de un festival que, bajo el patriarcado de Sopena, delegó tras su marcha en manos de vástagos movidos por el entusiasmo. El Lemon jamás hizo rico a nadie, pero en él tuvieron cabida todas las bandas que quisieron estar. Demostrando, que en ocasiones, vale más el que quiere que el que tiene.