Hace un par de años, justo antes de mi exilio belga, pasé unos cuantos meses como tertuliana en El Gato al Agua, que es todo aquello que la derecha siempre debió esforzarse por convertir en La Sexta Noche pero que para cuando yo iba entiendo que ya apenas retenía a unos cuantos miles de espectadores en toda España. Para alguien con una ideología tan marcada como la mía convertirme en ‘la roja’ del lugar fue una experiencia sociológica de primer orden, pero ahí estuve siendo una tibia socialdemócrata al lado de contertulios que transforman a Santi Abascal en Santiago Carrillo más rápido de lo que gritan que viva España (¡viva siempre!). 

Con independencia de mis vivencias, que en spoiler les cuento que me pareció apasionante conocer aquello, una de las cuestiones que siempre repetían los contertulios veteranos es que ellos, en ese mismo plató, «destrozaban a Pablo Iglesias cuando no era nadie y venía aquí a bregar en los medios». Y tenían razón. 

La práctica totalidad de todos tenían vídeos en Youtube debatiendo sobre lo divino y lo humano con el entonces inimaginable vicepresidente del Gobierno. Pablo Iglesias es un tipo listo, culto, leído y con una rapidez mental que, a pesar de lo nocivísimo de su ideología criminal, ha contribuido a elevar el nivel retórico de la política a un nivel que no tantos después de él han sido capaces de mantener; pero empezó siendo un mero tertuliano al que la derecha aplastaba con oratoria y con razón.

En una transición que aún parece casi imposible de descifrar, el personaje mediático se convirtió en líder de facto de la oposición, y su superioridad moral casi nunca refutada por la derecha de entonces le permitió oscilar entre una especie de cura altanero perdonavidas y un bukanero de los que incendian contenedores porque se han quedado sin plan el viernes por la noche. El tío vino a asaltar los cielos, pero se equivocó pensando que el maná era una especie de paraíso comunista y para cuando se quiso dar cuenta ya era un padre opusino más con tres hijos, coche oficial y mansión en Galapagar.

Ahora que ha decidido exiliarse a que Roures le mantenga al servicio de vaya usted a saber qué causa, Pablo Iglesias pretende que juguemos a estar en Men in Black y olvidemos que durante estos siete años ha tenido todo el poder mediático y político para transformar España en un país más justo y social, a pesar de que todo lo que ha evolucionado ha sido su cuenta corriente y el rechazo que produce no ya en los ajenos, que nunca le hemos profesado demasiada admiración; sino sobre todo en los propios, que ya saben que entre el Manifiesto Comunista y la moqueta, que la roomba limpie más rápido que no es aceptable que un vicepresidente transite sobre el polvo.

En fin, todo este rollo para decirles que cuando lean que Pablo Iglesias se ha cortado la coleta para soltar soflamas sobre lo mala que es la derecha y lo peligroso que es que Vox algún día toque poder, simplemente les recuerden que este tipo no es ni el asaltante de cielos, ni el que hizo tambalear las estructuras del Estado, ni el vicepresidente más nocivo de la democracia, ni tan siquiera el padre de familia numerosa y comunista. 

Pablo Iglesias es sólo un tío de izquierdas al que destrozan intelectualmente en El Gato al Agua. El resto es propaganda. Y además, de la mala.