Tienes la misión de construir tu verano, han sido meses muy duros y son apenas cuatro semanas para disfrutar de unas merecidas vacaciones siendo conscientes de que ese contrato con la desconexión tiene una fecha muy corta. Y nos exponemos a lo que venga con tal de exprimir días de sol, pasando por alto que acostumbrarse a tanto bueno es fácil, mientras no nos llega el batacazo que muestra lo efímero que puede llegar a ser todo lo bonito que la vida nos regala. Y es que, un poco de verano hace que todo el año haya merecido la pena. 

Y llega septiembre tras el bullicio, toca sacudirse la sal de los talones y recoger la playa desesperadamente . Pero este año, y ya van más muchos a pesar del calor, en Murcia no hemos tenido estío. De nuevo la vivencia del declive silencioso que lleva casi tres décadas sumergiénonos en una de las peores masacres ambientales, ya es demasiado tiempo consintiendo el llanto amargo de un vertido ponzoñoso que ha robado infancias, y recuerdo la mía... Esos días de luz, mis padres y sus amigos tomando el aperitivo en la cubierta del Floridablanca o en la terraza de la San Antonio mientras la pandilla dábamos migas de pan a familias de lobarros, sargos y salmonetes antes de lanzarnos sobre un fondo de terciopelo para jugar con los caballitos de mar, que tan panchos paseaban por allí.

Era un viacrucis sagrado el de la espera por ese caldero en La Encarnación, mientras los abuelos se daban los lodos. O en La Lonja viendo despachar el mújol a Gregorio; si no te ha regalado su Carmen un cartucho de chirretes recién rebozados y fritos, no sabes que significa lujo ibérico. Luego, se acercaban al Sal Gorda para el café con Alfonsito, que nos daba ceniceros de cristal para la recogida de conchas y piedras preciosas, terminando la ruta en el Varadero, donde el Kuki nos dejaba bailar en el patio de su Chabola mientras se degustaban los chambis del Galán y se procedía al recuento de los caballitos de mar cazados con nuestros cubos y gafas de buceo.

Y pueden pensar ustedes que era una crueldad pescar docenas de hippocampus para secarlos y clavarlos con alfileres sobre un corcho decorado con esas conchas recogidas... Nada más lejos de la realidad. Las manos sanguinarias son las que han borrado esa infancia y no han permitido que nuestros hijos la repitan. Han sido otras las que de manera despiadada lo han asesinado. Esa muerte va con firmas que han hecho la vista gorda. La muerte de mi Mar Menor lleva un disparo de Hernández, un navajazo de Calero, la tortura lenta y dolorosa de Valcárcel, el empujón al abismo de María Antonia y la mirada hacia otro lado de Garre, el envenenamiento de Sánchez y el tiro de gracia de López-Miras.