This is it. 30 de agosto, lunes. Si no han vuelto a la vida real, están a puntito. Siempre que llega este momento empieza a aflorar en los telediarios el temido síndrome posvacacional, ese que sufren aquellas personas que se han pegado un mes en yate viajando entre Menorca y Cerdeña, desayunando piña colada y vistiendo todo tipo de pareos, trikinis los días más frescos. Con esa rutina, cómo no va dar depresión volver al trabajo.

No es que quiera parecerme a las abuelas ‘que han pasado la posguerra’, pero nunca me he terminado de creer ese cuento. No es más que una excusa para que ciertas personas puedan llegar a la ciudad en septiembre haciendo pucheros.

A ver cómo se le explica a una refugiada afgana lo que entendemos en España por síndrome posvacacional.

—Mujer, tú lo habrás pasado fatal intentando llegar al aeropuerto de Kabul con tus tres hijos para huir de los talibanes, que te persiguen por haber trabajado a cara descubierta durante los últimos veinte años y que quieren casar a tu hija de once años con un señor de sesenta, pero no te imaginas lo que es regresar del Algarve para volver a la oficina.

La mayoría tenemos solo tontería y lo único que hacemos es fantasear con el síndrome posvacacional, pero sabemos que no lo tenemos. Y menos en la época covid. No podemos tener mucha pena cuando no nos hemos podido pegar una fiesta en condiciones (al menos, acorde a la legalidad), sin prácticamente resacas en este tiempo y con sobrinos hasta debajo de las piedras. Algunos hasta habrán estado confinados. Ja.

La imagen idílica de las vacaciones se habrá desdibujado también para aquellos que han tenido que compartir baño con miles y miles de peces muertos en el Mar Menor. «Te prometiste probar cosas nuevas», dice el spot de Costa Cálida de este verano. No vale pedir la hoja de reclamaciones, ya lo avisaban.

Ni siquiera se ha podido descansar de los políticos de turno, peleándose en período estival como lo han hecho el resto del año, echándose las competencias a la cara por la laguna salada; o en versión ‘fresh’, por las alpargatas del presidente o por un cartel de la Feria de Murcia en donde una noria siembra la polémica.

Incluso alguno podría dar gracias a Dios porque termina el suplicio. Los nietos se van con sus padres, se acabó madrugar más que en invierno para colocar la sombrilla en la playa y, quién sabe, tal vez los récords de la tarifa de la luz se vayan también con el calor.

Empieza un tiempo nuevo, ¿qué nos deparará el nuevo curso? Consejo: esperen lo peor.