Del sustantivo latín opinio, derivado del verbo opinor (suponer), indica el grado subjetivo de certeza que cada cual se forma sobre un asunto, condicionado por su perspectiva de acuerdo con su carácter y vivencias. El término griego que la traduce es doxa, del que derivan ortodoxo (literalmente, el que tiene la opinión correcta) y heterodoxo (el que opina de forma diferente). Como es lógico, todo es cuestionable y opinable, y las propias opiniones son susceptibles de variar con el tiempo, conforme la persona madura, adquiere experiencias y se enriquece con otros puntos de vista. Tener buena o mala opinión es sinónimo de tener un juicio favorable o desfavorable hacia algo o alguien. A la opinión solo en apariencia se opone la verdad absoluta —concepto utópico que en teología se equipara con Dios—, por más que para algunos constituya un desideratum, eso sí, siempre que el pensamiento único venga regido por su propia verdad. Muchas máximas grecolatinas hacen referencia a la diversidad de opiniones, desde Homero, y han sido adoptadas en los distintos idiomas modernos con expresiones propias, aunque seguramente la más conocida es la de Terencio en Formio, «Quot capita [...] tot sententiae», cuyo sentido es que, en un grupo de personas, lo natural es que haya opiniones heterogéneas, esto es, «para gustos, los colores». El verbo opinor procede de la misma raíz indoeuropea (*op-2) que optare (escoger, desear), que da lugar en castellano a ‘optar’ o ‘adoptar’, así como a los sustantivos derivados ‘opción’ y ‘adopción’, entre otros.