Mis amigos dicen que tengo imán para los follaorejas. No me escondo. Sí: cuatro razones explican por qué disfruto que me escupan en la oreja y me agarren del hombro y me pregunten si entiendo o no. Primera, que alguien venga a hablarme sigue siendo la excepción. Con 29 años, faltan seis con esta cantinela para que la cosa se equilibre. Segunda: me sorprende que alguien venga y no quiera soltarme un trompazo. Tercera: durante años vi imposible dedicarme al periodismo. Me emborrachaba, me acordaba y, bueno, intentaba hacer periodismo. Nunca se me podrá negar la intención. Cuarta: así conocí a El Mejor Moro del Mundo. Dios, lo escribo y me tiemblan los dedos.

Jueves. Plan 9. Se cumplían no sé cuántos años de no sé qué de los B-52’s. Volví de la barra con un tercio. No vi al Mena. Estaría fumando. O meando. Al fondo, un par liándose y el triste del sofá. Oigo: «Tú, amigo». Me giro y veo la cara que tendría El Guerrouj si no hubiera ganado dos oros olímpicos. Levanto el tercio y lo choco contra su vaso de tubo. Sonríe. Me escupe en la oreja. Me enseña los dientes. En medio de una tromba de balbuceos me clava un dedo entre las costillas y dice: «Amigo, tienes que contar mi historia». Me abraza y se larga.

Me la soltó varias veces. «Cuéntamela o cállate ya», le suplicaba. Él sonreía y cambiaba de tema. Lo echaban de los bares. No sabía por qué. Quería que yo hablase con los porteros. Intenté explicarle que a Charmander no se le llama para apagar un incendio. Dijo: «Gracias por hablar conmigo». Me enfadé. «¡Somos amigos!», le grité. Otra noche tres zagales se rieron de él. Quise escupirles. Me pidió que no me enfadase. La última vez quise presentarle a María. Le pregunté si la conocía. Me agarró del hombro: «Si no me conozco a mí mismo, ¿cómo voy a conocer a María?». Me quedé como un perro de plástico en un salpicadero. Fue al baño. Le esperé junto al triste del sofá. El bar se vació. Me quedé solo, esclafado en el escay rojo, preguntándome si conocía a alguien. Se abre la puerta. Sale el Mena. Dice: «Qué apretón, compadre. Estoy hasta el capullo, ¿vamos a tu piso y ponemos Qué verde era mi valle?». El cabrón se bebe cuatro y se pone que da gusto verlo.