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Tribuna libre

El Mar Menor, nuestra playa

El Mar Menor es la playa y es el verano para muchos murcianos y murcianas durante generaciones y generaciones, que han sobrellevado los calores de julio y agosto a la orilla de un mar admirado y reconocido nacional e internacionalmente.

Nuestro Mar Menor tiene sabor a sandía recién cortada en la orilla, tiene el tacto a arena en los pies, a la sal que se seca en la piel, tiene el olor de un táper con conejo al ajo cabañil.

Ha sido durante décadas enteras nuestro spa, nuestro lugar de calma. La frontera entre una semana de trabajo que terminaba y otra que comenzaba, durante esos domingos de viaje que parecía eterno por la emoción de ver el mar, y de regresos agotadores al atardecer después de una jornada completa de baño, de juegos y hasta de escarbar en el fondo en busca de berberechos.

Cientos de familias murcianas han soportado nuestros cálidos veranos con escapadas domingueras, que se aprovechaban incluso de reunión familiar, aclimatada siempre con una brisa marina que te pedía quedarte un poco más.

Decenas de familias murcianas han podido alquilar y hasta comprar una casa con todo el esfuerzo del mundo, invirtiendo todos sus ahorros, para tener un lugar de recreo en el que disfrutar con sus hijos y después también con los nietos.

El Mar Menor es nuestra playa, pero también nuestra memoria, nuestros recuerdos infantiles y de adolescencia. Es la playa, las playas, que nos han visto crecer. Es la foto con abuelos, tíos y primos. Son las risas, las siestas en la toalla, la nevera pegada al mástil de la sombrilla y las madres vigilando el baño en un mar inofensivo que nunca nos cubría tanto para sentir peligro. También es el mar de los amigos de la playa.

Y todo eso se lo vamos a negar a nuestros hijos, a nietos, a generaciones futuras. No deberían perdonarnos tal latrocinio.

Tendríamos que volver todos a este mar, abrazarlo, protegerlo, preservarlo. Es nuestro y de muchos otros que aún no han nacido.

Tomemos las decisiones valientes. No caben otras. Asumamos la responsabilidad y los riesgos, pese a quien pese, porque está en juego nuestro mayor patrimonio natural y no lo podemos sustituir ni producir ni inventar. Es el momento de la firmeza y de la inteligencia frente a la ocurrencia, la tibieza o peor, la inacción. Y, sobre todo, es el momento del interés general.

Da igual que no estemos para verlo recuperado, lo importante es que nos sobreviva con toda su riqueza para que quienes nos subsistan puedan construir sus recuerdos en nuestro mar familiar, acogedor y único en el mundo.

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