Bueno, aquí me tienen ustedes, escribiendo esto a unos pocos metros de la orilla del Mar Menor y sin saber exactamente qué hacer ante la situación actual de la laguna, de la que este medio les va dando información cada día. ¿Qué hago?, ¿me baño o no me baño? Es que si me meto en el agua y me encuentro peces muertos me va a dar una cierta dentera, lo sé, y voy a salir corriendo del agua, quizás llorando, o acordándome de todos los políticos implicados en este desastre y soltando por la boca, oiga, que ustedes no me conocen, pero yo soy muy taquero, y digo cosas de esas vulgares y muy ofensivas cuando me cabreo.

Ayer, por comprobar cómo están los males endémicos de la laguna salada más grande de Europa, fui a la desembocadura de la rambla de El Albujón y vi el panorama. Se lo voy a describir, sencillamente una asquerosidad, agua sucia, llena de quién sabe qué cantidad de fosfatos, nitratos y demás venenos vertiéndose en el mar, entre repugnantes restos de plantas podridas y otras guarrerías. Y lo más acojonante: una mancha marrón claro en el agua de muchos metros de diámetro extendiéndose en el mar. Por cierto, igual que el año pasado, y el otro, y el otro, sin que nadie haya hecho nada para remediarlo, nada, hay que joderse, oiga. (¿Ven ustedes cómo se me va la boca?).

La zona en la que han muerto más peces es la de Los Nietos, justo aquí al lado de Los Urrutias, que es donde vivo yo, así que estamos acojonados, como corresponde. Es cierto que nuestra capacidad de adaptación al medio es absolutamente increíble, ya que, cuando llegamos, nos encontramos la playa hecha un asco, llena de residuos marinos, con zonas de putrefacción que olía a demonios. Pero al poco, comenzaron a limpiar la orilla y la cosa mejoró algo. Es cierto que la arena se ha llenado de bosques de algas que crecen y se extienden enloquecidamente disfrutando de tantos fertilizantes disueltos en el agua. Pero, como aquí los del Mar Menor somos tan buena gente, unos cuantos vecinos, jubilados y personal de esas edades, se pusieron con unos rastrillos y azadas a crear un camino libre de algas para que mayores y niños pudieran llegar hasta donde está la arena. Espero que no se haya cometido ningún atentado ecologista, pero es que resulta difícil caminar pisando unas algas que miden 70 centímetros de alto, con la posibilidad, además, de encontrarte una zona de lodos y quedarte allí clavado como un michirón en un tenedor, diciendo, como Hugh Grant en el principio de la película Cuatro bodas y un funeral, ‘joder, joder, joder’. (Lo siento).

Es cierto que este año disfrutamos de unos balnearios la mar de bonitos, pero digamos que la mayoría de sus usuarios son lo que en inglés se llaman ‘teenagers’, gente que está entre los trece y los diecinueve años, que se van allí de día y de noche a charlar, socializar y a qué sé yo qué más, que ponen sus músicas y gritan sus opiniones o sus pensamientos El otro día escuché a un adolescente en el balneario decirle a una chica: ‘mira que eres hija de puta, tía’, (otro como yo) pero con voz cariñosa, sonriente y tal. Así que el personal maduro y de edad media opta en general por el ‘camino’ que hicieron los jubilados. Por darles un dato que demuestra la calidad del caminito (no mide más de 50 centímetros de ancho) es por donde entra a bañarse con sus nietos un catedrático de Ecología, lo que transmite mucha confianza de que no nos estamos cargando el medio ambiente por quitar esas algas.

En este verano de la quinta ola –la madre que la parió – (¿ven?, otra vez) en el que miramos con los ojos como platos las noticias sobre contagios y muertos, que nos han devuelto a la miseria de la cuarta, la tercera, etc., los del Mar Menor no pedíamos mucho: una cerveza bien fría, unos días de convivencia con nuestras familias, un poco de relajamiento de tantos miedos y encierros. Pero el agua está mal, estaba y está enferma, y no hay cojones (¡!) a que se lo tomen en serio y dejen de echarse las culpas los unos a los otros, cagondié. (Lo siento, intentaré corregirme para el próximo artículo).