Retrato de Manuel Marcos Enrique Sánchez Alberola. C. 1940.

Alberola

Existe un libro de Tzevetan Todorov que nos introduce en los orígenes de la historia del retrato en la pintura, allá por el siglo XV en Flandes. Pero si interesante es su lectura, muy acertado viene a ser el título, el cual no he querido usar por respeto a la propiedad intelectual, aunque no renuncio a mencionarlo, disimuladamente, como subtítulo de este capítulo: Elogio del individuo.

Y es precisamente ese elogio del individuo, tema que daría para muchas páginas, lo que vamos a ver a continuación.

Retratar a un personaje por cercanía, amistad o cualquier otro interés que no sea el encargo directo del retratado puede que sea la forma más sincera con la que un pintor se enfrenta a la esencia del protagonista. Este es el caso del retrato de Manuel Marcos, propietario de una sastrería cercana a la Merced de Murcia, realizado por Enrique Sánchez Alberola (Murcia, 1.909-1.975), hijo del conocido pintor Pedro Sánchez Picazo y amigo de la hermana del retratado, a la que va dedicada la obra.

Sánchez Alberola es un gran desconocido de la pintura murciana, aunque sí es bien conocida su labor como restaurador de las obras incautadas durante la Guerra Civil. Su escasa producción, debido a la inestabilidad mental que le aquejó desde joven, se centra entre los años 40 al 50 del pasado siglo, continuando el estilo academicista de su progenitor y maestro.

No hay artificio en esta representación del personaje, que parece un tanto incómodo en el posado. Interesa el gesto, el semblante, y en él centra su atención el pintor; todo lo demás es secundario, tanto como la reducida paleta, del ocre al marrón, que emplea el pintor sobre ese dibujo preciso y definido.

Retrato de María Luisa Montiel. Antonio Hernández Carpe. 1951

Carpe.

De singulares y personalísimos podemos calificar los retratos de Antonio Hernández Carpe (Espinardo, Murcia, 1923- Madrid, 1977), con ese estilo inconfundible de formas geométricas y definidas, impregnadas de potente colorido.

Esta obra, de 1951, corresponde a la primera época de Carpe, cuando aún estaba en la recta final de su formación en Bellas Artes de Madrid. Pero ya podemos ver en ella esos rasgos tan característicos de su pintura: la simplificación y angulosidad de las formas o la paleta viva, en este caso de tonos ácidos. 

El retrato de María Luisa Montiel parte de un posado dentro de la más clásica tradición. Es obra por encargo, sin duda. La modelo viste sus mejores galas para perpetuar su imagen. Su mirada perdida en punto indefinido nos habla por sí misma de la distancia entre el artista y ella, timidez de juventud quizás. Y, aun así, hay una cierta ingenuidad del artista, que llena de gracia la obra, algo que no dejará de ser una constante en su hermosa y variada producción.

Retrato de la niña Rosa María Puentes Morales. Sofía Morales. 1955

Alberola

Los niños fueron protagonistas indiscutibles de gran parte de la obra de esa personalísima y enorme pintora de pequeños formatos que fue Sofía Morales (Cartagena, 1917, Madrid, 2005). Los niños tratados desde su mirada de mujer universal con la delicadeza y el amor de la femenina visión de esa infancia. Los niños, «todos parecidos como hermanos, aunque no se parezcan», como bien dice Carmen Laforet en el catálogo de la última exposición de la artista.

De entre esos niños, por lo general igualados en el anonimato, este retrato de Rosa María Puentes Morales (1955), su sobrina, protagonista singular e identificable.

La mirada habla. Mirada cándida de esta niña hacia su tía, con incomprensión o extrañeza por el momento que la mantiene inmóvil. Dulce mirada de la artista hacia la niña, con ternura expresada en luminosos blancos y azules. 

Las interminables visitas al Prado, durante su periodo formativo en Madrid, dejan el poso de los grandes pintores en nuestra artista. Observen esta delicada cabeza de niña y vean en ella esos reflejos velazqueños recreados, tan acertadamente, por Sofía Morales.