Vengo aquí hoy a decirles que me están haciendo muy feliz cada día; vengo aquí a decirles que el esfuerzo de escribir todos los días está mereciendo la pena; vengo aquí a decirles gracias por compartir conmigo sus vidas, sus inquietudes, sus miedos, sus anécdotas en los malditos parques de atracciones, vengo aquí a dar las gracias. No crean que es una despedida, todavía nos quedan unas semanas que compartir juntos, pero ante sus muestras de cariño diarias lo mínimo que podía hacer es echar el freno de mano, agradecer, respirar y seguir.

Es una gozada sentirse así, acompañada en el tejado, espero que no les falte bebida en ningún momento, les recuerdo que el servicio de bar funciona 24/7; si tienen alguna queja, háganmelo saber para mejorar la experiencia de usuario.

El año pasado, cuando el jefe de Opinión de esta santa casa me ofreció escribir una columna diaria en agosto, no me lo pensé ni un segundo. Era un reto y creo que salió bien, empecé a destapar mis miserias y un año más tarde aquí sigo dándoles la turra. Qué mérito tienen.

Esto está siendo lo más terapéutico que he hecho desde las sesiones virtuales con mi psicólogo durante el confinamiento de marzo a junio de 2020, cada miércoles a las 20.00 después de los aplausos, ¿recuerdan? Parece que ha pasado una vida.

Si me conocen y me han leído antes de este verano sabrán que normalmente escribo de política y actualidad. Llevamos unos años locos, una pandemia, políticos de saldo, radicales de extrema derecha campando a sus anchas en las instituciones, consejeras antivacunas, violencia extrema, intolerancia, racismo, homofobia, nos siguen matando por ser mujeres.

Pues bien, no se pueden imaginar lo feliz que me encuentro alejada del ruido y la ordinariez política, abrazando teletubbies y hablándoles del amor, la vida y los orgasmos. Si no fuera porque me va la marcha les diría que igual me quedo de por vida hablando con ustedes de lo divino y lo humano, aunque es lo que más de uno quisiera. Siento adelantarles que no va a pasar, para su desgracia.

Me quedan varias semanas de hacerles compañía, de acomodarles el tejado para que suban y desconecten un rato, me quedan días de verano para compartir y hablarles de lo que quizás olvidamos cuando la vida nos come.

Hoy solo he venido aquí a darles las gracias por saber perderle el miedo a las alturas y olvidar el ruido.