Los talibanes controlan casi la mitad de las 34 capitales de provincia de Afganistán y gran parte de las zonas rurales. Avanzan con rapidez desde que se marcharon las tropas de EE UU. En los últimos días han conquistado Herat (donde estuvo España) y Kandahar, dos ciudades clave. Sin bombarderos B-52 sobre sus cabezas sienten que la victoria es inminente.

La Casa Blanca ha enviado con urgencia 3.000 tropas de combate para proteger la evacuación de sus ciudadanos. Hay miedo a una repetición de la foto de Saigón en 1975. La caída de Kabul ya es un hecho. Las Fuerzas Armadas de Afganistán formadas por Occidente no son rival. Carecen de moral de combate.

Las imágenes de los talibanes en la estratégica Ghazni, a 149 kilómetros al sur de la capital, en plena autopista número 1, muestran unas tropas exultantes en medio de una población asustada. Tras la huida del Ejército afgano de esa localidad se han apoderado del armamento que Occidente suministró a sus aliados. Nuestras armas aceleran nuestra derrota.

EE UU atacó Afganistán en noviembre de 2001, poco después de los atentados del 11S. Dijo que los talibanes eran unos terroristas que daban cobijo al jefe de Al Qaeda, Osama Bin Laden. Solo la segunda parte era verdad. Los talibanes tomaron el poder en 1996 para acabar con el caos del Gobierno de los muyahidines que habían derrotado a la URSS gracias a los misiles tierra-aire que les entregó Ronald Reagan. Aquella guerra de Charlie Wilson se volvió contra EE UU. En Afganistán han fallado todos los presidentes; Barack Obama, también.

Los quince años de conversaciones de paz en Doha en busca de una solución pactada pertenecen al pasado. ¿Para qué compartir el poder si lo van a conseguir todo? El jefe negociador de los talibanes, Shhail Shaheen, aseguró a la BBC que no eran los mismos, que habían aprendido de sus errores, que estaban dispuestos a permitir que las niñas acudan a la escuela.

Shaheen no es un comandante ni un líder religioso, solo la cara amable de un movimiento que sigue en la Edad Media. La activista afgana Malalai Joya denunció en 2003 a nuestros nuevos aliados en la primera Loya Jirga. Los llamó narcotraficantes y señores de la guerra responsables de miles de muertos. No le hicimos caso y nos metimos en un barrizal similar al de Vietnam. Ya sabemos cómo acaba este cuento.

Algunas mejoras para las mujeres han sido notables en estos años, pero limitadas a las urbes. En las zonas rurales manda el marido y la tradición, gobierne quien gobierne. El burka que les cubre de la cabeza a los pies predomina sobre el hiyab.

Los actuales talibanes están ideológicamente cerca del Califato que el Estado Islámico instauró en amplias zonas de Siria e Irak. Su plan es restablecer la Sharia (ley islámica) que, según su interpretación rigorista, permite cortar la mano al ladrón y lapidar a la adúltera. Se ufanan de representar la ley y el orden, y de alguna manera es cierto: ley, orden y terror. En su anterior estancia en el poder acabaron con la corrupción en los tribunales y en la Administración. Su marca es la pureza religiosa, que luego encuentra excepciones para algunos líderes.

Lo que está sucediendo en Afganistán, y lo que va a suceder en las próximas días, lo vivimos en Irak. El Ejército creado por EE UU en sustitución del de Sadam Husein se dio a la fuga ante el avance del Califato sobre Mosul, la tercera ciudad del país. Si se logró acabar con el Estado Islámico fue gracias a una inusual alianza contra natura: EE UU bombardeaba mientras que los avances terrestres dependían de los kurdos progresistas sirios, la milicia de Hezbolá y algunas tropas de élite iraníes, además del apoyo aéreo ruso. Nada de eso existe en Afganistán.

¿Qué habrán aprendido los talibanes, más allá de la mala imagen de las ejecuciones callejeras? ¿Serán conscientes de los errores del difunto Abu Bakr al Bagdadí, jefe del Estado Islámico? El actual movimiento de los talibanes ya no es solo pastún, la etnia mayoritaria. El sueño del Califato ha atraído a numerosos tayikos y uzbekos. La vencedora es Pakistán, que los apoya y financia. Islamabad tienen sus propios talibán.

¿Qué lecciones han aprendido Biden y EE UU? Washington acaba de anunciar que no reconocerá un Gobierno talibán. Es una declaración que demuestra que siguen sin entender nada después de veinte años. Por no saber ni siquiera saben que no se trata de una retirada, es un derrota inapelable que tendrá un impacto en las sucursales yihadistas de todo el mundo, sobre todo en el África subsahariana.