Igual que la novela Confesión sexual de un anónimo ruso influyó en Vladimir Nabokov, a Pepe Templado, erotómano empedernido, le influyeron los cómics de Milo Manara, sobre todo El Click, ahora la tecnología le ofrecía controlar desde su móvil la intensidad de vibración del consolador que llevaba, en ocasiones especiales, su pareja Marian, tan morbosa como él.

-Me apetece cenar en la azotea del Bellas Artes -le dijo Marian con picardía.

-Buena idea. ¿Qué te vas a poner?

-El vestido azul… y el juguetito, por supuesto.

-Pero el sujetador déjalo en casa.

No era la primera vez que Pepe y Marian cenaban en la azotea contemplando Madrid. Mientras comían le gustaba juguetear con la intensidad de la vibración y ver la cara de Marian sintiendo placer. La imaginación constituye el elemento principal del placer sexual, por eso Marian y Pepe disfrutaban viéndose gozar el uno al otro. Tomaron una copa en la zona más oscura de la terraza, apoyados en la balaustrada, mirando la luna sobre los relojes del palacio de Cibeles. Pepe, con la mano derecha en el móvil, subía la intensidad de la vibración, con la mano izquierda acariciaba los glúteos de Marian, que contenía los gemidos. Su cara de placer iluminada por la alta contaminación lumínica de la ciudad excitaba a Pepe. Se besaron apasionadamente, había llegado el momento de bajar rápido al hotel Continental y pasar una larga noche de amor. Pero en esta ocasión sucedió un imprevisto.

-Hola, Marian. ¡Qué sorpresa! -le dijo Luis mientras se acercaba a ellos.

-¡Hombre, Luis, no esperaba encontrarte aquí! Te presento a Pepe, mi pareja.

-Hola. Pepe Templado, eres un gran músico, te sigo en las redes. Os presento a Merche, mi mujer. Os invito a una copa.

La libido estaba por los suelos, los dos sabían que el plan se había destruido y tardarían en reconstruirlo, porque Luis era el amable jefe de Marian, al que no podían negarle un rato de conversación sobre los lugares maravillosos donde habían viajado, aunque en esta ocasión tuvo el detalle de hablar de música. Pepe templado tocaba el saxofón en un grupo de jazz y Marian era administrativa en la imprenta de Luis. Marian estaba avergonzada, porque Luis y Merche se fijaban en los pechos que se insinuaban tras la fina tela del vestido, el fresquito de la noche primaveral colaboró a que se endurecieran y transparentaran los pezones. Templado disfrutaba de la morbosidad al ver la situación, le dio potencia al vibrador y Marian tuvo que excusarse para ir al servicio. Se sacó el vibrador y se masturbó para poder regresar y mantener una conversación sin poner caras raras.

A la semana siguiente, Pepe quería cumplir otro de sus fetichismos; compró el mismo vestido que lucía la cantante Nicki Minaj en la semana de la moda de París y se lo regaló a Marian.

-Póntelo, por favor.

-¡Me encanta, es precioso!

-Me gustaría que te lo pusieras esta noche para salir a cenar.

-No. ¿Estás loco? En privado lo que quieras, pero en la calle no.

-Me dio mucho morbo ver a tu jefe y a su mujer admirar tus pechos.

El elegante modelo dejaba un pecho al aire, como los diseños de Yves Saint Laurent. Pepe soñaba con el placer que le daría ver como la gente admiraba los exuberantes pechos de su pareja. Se le ocurrió ir a un lugar que pudiera lucir el vestido. Alquiló un apartamento en la zona alta del camping nudista El Portús, en Cartagena. Reservó una mesa para cenar en el restaurante. Sabía que los nudistas eran libres de cenar desnudos poniendo su toalla en la silla, pero a algunos les gustaba arreglarse con sus elegantes ropas para cenar al aire libre con las vistas al golfo de Mazarrón. Marian no pasó desapercibida, el vestido era muy morboso. Tras un agradable paseo por el camping luciendo el pecho izquierdo al aire, llegaron a la playa donde se dieron un cálido baño y culminaron la velada haciendo el amor en la terraza del apartamento mientras miraban el cíclico reflejo en el mar del faro de La Azohía, aunque estaba en dirección contraria a Cuenca.

El día siguiente lo pasaron desnudos alternando la piscina, la playa, la buena gastronomía y la lectura de El Regalo de Luzbel, premio La Sonrisa Vertical, que le dejó Moncho, su autor.

-Aquí desnudos pasamos desapercibidos, todo es natural -comentó Marian.

-Sí, esto es un paraíso.

-Pepe, creo que me estoy animando a lucir el vestido en Madrid, cuando volvamos a la Azotea.

-¿Y si está tu jefe y su mujer?

-Los invitamos a una copa y le tocas el saxo.