Un riesgo existencial es aquel que implica una amenaza de destrucción o de alteración significativa del potencial de la humanidad a largo plazo. El impacto de un gran asteroide sería un ejemplo de riesgo existencial natural, una guerra nuclear total lo sería de riesgo existencial antropogénico, mientras que tanto la pandemia del covid-19 como el cambio climático, serían riesgos existenciales de origen mixto: en parte natural y en parte ligado al desarrollo socioeconómico de nuestra especie. El cambio climático que hoy nos preocupa no solo obedece, como sucedía en el pasado geológico, a la mecánica orbital y la dinámica interna de la Tierra, sino que en gran medida ha sido forzado por nuestra actividad sobre el planeta.

Otra diferencia, obvia, entre el riesgo asociado al cambio climático y los relacionados con el impacto de un asteroide o de un conflicto nuclear global es que mientras estos últimos son binarios, es decir, suceden o no, el primero se intensifica año a año, a medida que continuamos inyectando a la atmósfera miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero (GEI) que los sumideros de carbono del planeta son incapaces de reabsorber. Por otra parte, mientras que los riesgos puramente naturales o antropogénicos mencionados son casi imposibles de prevenir con suficiente antelación, en el caso del calentamiento global los científicos pueden pronosticar con cierto grado de precisión lo que sucederá en las próximas décadas. Algo que puede producir escalofríos, como sin duda sucede con el demoledor informe del IPCC presentado esta semana.

Existe otro factor que sitúa al cambio climático en una categoría particular de riesgo existencial: la incertidumbre sobre lo perniciosos que pueden llegar a ser sus efectos. La probabilidad del impacto de un asteroide o de una guerra nuclear global puede ser minúscula, pero podemos estar seguros de que si estos eventos se materializaran los resultados serían catastróficos, hasta el punto de suponer un peligro real de extinción para la especie humana. Sin embargo, con el cambio climático las cosas son diferentes, en la medida que, aunque el fenómeno ya está aquí y amenaza con ir a peor, el desenlace final en la futura evolución del clima todavía no está escrito.

Dicho futuro depende en buena medida de nuestras acciones y de cómo actúen nuestros sistemas políticos, económicos y científicos en las próximas décadas. Además, la incertidumbre sobre los efectos del cambio climático también incluye el cómo responderá realmente el sistema climático a los GEI que estamos abocando a la atmósfera. Una respuesta que puede mostrar desviaciones significativas (¡ojalá fueran para bien!) con los resultados derivados de los ejercicios teóricos de modelización.

Habrá que esperar al futuro para saber con certeza los efectos del calentamiento global en curso sobre nuestra especie. Lo que constituye una fuente de confusión para los humanos, acostumbrados a exigir resultados prácticamente inmediatos a cualquier actuación. Los GEI, como el CO2, permanecerán en la atmósfera durante décadas, incluso siglos. El cambio climático forzado por el hombre tiene un efecto acumulativo que, muy probablemente, empeorará con el paso del tiempo, de forma que lo que estamos experimentando hoy en día tan solo será una fracción del calentamiento final resultante.

El resto de esta fracción lo sufrirán nuestros descendientes que, de esta manera, reciben un legado envenenado. Y lo preocupante es que, dada nuestra naturaleza egocéntrica y cortoplacista (el espejo de la covid-19 no engaña), este efecto retardado tiende a diluir la motivación de parte de la población mundial y sus dirigentes para actuar de forma inmediata y eficaz.

Una actuación que requiere un esfuerzo sin precedentes en innovación tecnológica, tanto para hacer más eficiente y descarbonizar el actual modelo energético, como para desarrollar nuevos sumideros de carbono antropogénicos.

Pero no solo eso, también demanda de un cambio radical del modelo de crecimiento económico y demográfico, es decir, de nuestros hábitos de comportamiento y forma de vida. Porque, en lo relativo al cambio climático, como dice Elizabeth Kolbert, «el asteroide somos nosotros».